Cultura
Los orígenes del cine argentino
Hacia fines del siglo XIX comenzó la historia del cine en nuestro país, con episodios muy poco recordados pero de gran importancia para el desarrollo de la industria.
En 1897, el fotógrafo francés Eugenio Py, con una cámara de marca Gaumont, filmó los primeros 17 metros de cine argentino. El cortometraje se llamaba La bandera argentina. Después comenzó una etapa de cine de imitaciones. El primer film dramatizado toma un conflictivo episodio de nuestra historia. Se llama El fusilamiento de Dorrego, y fue dirigido por el italiano Mario Gallo, estrenada el 24 de mayo de 1908 y de la que no ha sobrevivido ninguna copia.
La primera obra con atisbos críticos que aparece es Nobleza gaucha, una película sin sonido, dirigida por Martínez de la Pera y Gunche, y con guion del anarquista José González Castillo. Se acompaña a la película con textos del Martín Fierro. Según Octavio Getino, en su trabajo Cine y dependencia, el poema narrativo de José Hernández “es la respuesta literaria más contundente que había recibido hasta entonces el proyecto civilizado”. Nobleza gaucha fue un éxito notable, su costo fue de 20.000 pesos, llegando a recaudar 600.000. Se estrenó antes del ascenso de Yrigoyen, ganador de las elecciones de 1916.
En la década del 30 se hicieron películas fundamentales, como Prisioneros de la tierra, de Mario Soffici, y protagonizada por Ángel Magaña y Francisco Petrone. Película basada en los inolvidables cuentos de Horacio Quiroga, y que toma como eje la explotación de los trabajadores de la yerba mate en Misiones. También cabe mencionar Los muchachos de antes no usaban gomina, dirigida por Enrique Carreras y protagonizada por Osvaldo Miranda y Susana Campos, película de gran valor popular, con apuntes críticos y de afirmación de una identidad.
Con la Segunda Guerra Mundial se dio el apogeo de la cinematografía nacional. Era la época del cine de “teléfonos blancos”, con libros basados en comedias europeas. Bajo los brillantes caireles de las arañas de los decorados porteños nacieron “estrellas” ingenuas y púdicas, recatadas y angelicales, como María Duval, las mellizas Legrand o Zully Moreno. En ese momento de auge comercial surgieron varios estudios, entre ellos Argentina Sono Film. Esta empresa, fundada por Ángel Mentasti –y manejada luego por su hijo Atilio–, tuvo un rol fundamental en el desarrollo del cine argentino. En 1955, al ser derrocado el gobierno peronista, la dictadura de los autodenominados “libertadores” encarceló a los Mentasti.
En 1960 aparece una nueva generación de realizadores, dispuesta a desmitificar y a hacer un cine que hablara en un lenguaje real e identificable para los argentinos. Dijo Rodolfo Kuhn, uno de los emergentes de esa generación dorada: “Creíamos que un nivel distinto de calidad, síntoma indiscutible de películas como Los inundados de Fernando Birri, Shunko y Alias Gardelito de Murúa, Prisioneros de una noche y Tres veces Ana de Kohon, o mis filmes Los jóvenes viejos y Pajarito Gómez, podía de por sí ayudarnos a seguir adelante. Creíamos que podíamos abrirnos camino haciendo cine y no política. El boicot a la difusión de nuestros filmes demostró lo contrario”.
Fernando Solanas y Octavio Getino produjeron casi clandestinamente La hora de los hornos. El filme fue exhibido en circuitos alternativos, sindicales, estudiantiles y barriales a más de 100.000 personas. Fue estrenado oficialmente en salas comerciales durante el gobierno peronista, aunque ya para entonces había ganado varios premios en Europa. Tanto Solanas como Getino cumplieron un papel de avanzada en la gestación de una conciencia nacional.
Leonardo Favio, uno de los mayores cineastas nacionales
En 1973, Octavio Getino se hizo cargo del Ente de Calificación Cinematográfica. Con él la política de la censura dio un viraje de 180 grados. Las ligas de madres y padres de familia fueron reemplazadas por profesionales del cine, de la universidad, sociólogos, psicólogos, trabajadores sociales, etc. Se comenzaron a ver en nuestro país películas que estaban completamente prohibidas, como Estado de sitio de Costa Gavras, El Decamerón de Pasolini, Los demonios de Ken Russell o Último tango en París de Bertolucci. Vale recordar que, por haber autorizado esta última película, la dictadura argentina solicitó en 1980 al gobierno peruano la extradición de Getino –exiliado en ese país–, la cual fue rechazada.
Por último, la irrupción trascendental de Leonardo Favio. Su Juan Moreira fue un descomunal éxito de público en medio del fervor popular de 1973, y trajo una nueva estética que cambió para siempre el cine nacional, haciendo decir a Horacio Verbitsky, quien comenzó su carrera periodística como crítico cinematográfico, que el cine argentino se divide en dos eras: “A. F. y D. F., antes y después de Favio”.