La “tercera cámara” se restaura para su reapertura

La Confitería del Molino fue declarada de utilidad pública por la ley 27.009, una acción realizada desde el Poder Legislativo que permitió que, por su valor histórico y cultural, el inmueble ubicado frente al Congreso sea restaurado para volver a abrir sus puertas. Diario Hoy visitó el histórico edificio y habló con la comisión administradora del lugar.

Entrar a la Confitería del Moli­no es regresar, inmediatamente, a los primeros años del siglo XX. Miles de historias de la política se entretejieron en el anexo por excelencia que tenía el Congreso de la Nación. Sin embargo, allí no solo se “rosqueaban” futuros proyectos de ley y estrategias que luego se plasmarían o frustrarían en las Cámaras de Diputados y de Senadores, sino que también por allí pasaron grandes personajes de la cultura argentina.

Con su reacondicionamiento y su próxima reapertura como confitería y como centro cultural, el Molino promete comenzar una nueva etapa.

La reapertura de la también denominada “tercera cámara”, por la permanente reunión de los legisladores allí, no se dará así porque sí, sino que su restauración tiene que ver con un proceso político, según le contó a este diario el asesor de Patrimonio de la comisión administradora del Moli­no, Guillermo Rubén García, que se concretó en 2014, pero que en realidad comenzó mucho antes, tras su cierre definitivo en 1997, con varios intentos.

El Molino se fundó el 9 de julio de 1916 y es una obra del arquitecto Gianotti, un joven italiano de 30 años que había llegado a nuestro país unos años antes y que se había relacionado con la nueva clase burguesa de Buenos Aires. Previamente, Gianotti había estado involucrado en la construcción de la galería Güemes, el edificio torre más importante que en aquel momento se construía en Buenos Aires.

Era la época de la Primera Guerra Mundial, un contexto histórico en el que Argentina proveía de insumos a Europa y tenía un momento de esplendor desde el punto de vista económico y social. Encaramado en toda esa situación, llamada la época de la modernidad o la nueva época de la consolidación nacional, se dio la aparición de Brena, un pastelero que había hecho fortuna, según le contó García a este multimedio.

Brena había llegado al país como inmigrante a fines del siglo XIX y decidió invertir en el Molino. El ascenso y el apogeo de la confitería duró hasta mediados del siglo XX, luego comenzó a tener problemas económicos y el cierre definitivo fue en 1997. Sin embargo, al mismo tiempo, se lo declaró Monumento Histórico Nacional, un hito clave que hizo que se evitara su demolición. “Si no hubiera tenido una declaratoria de protección, habría sido un terreno baldío, quizás, para construir una torre”, afirmó, decididamente, García.

Durante los 20 años en los que el edificio estuvo cerrado, hubo innumerables proyectos políticos y de empresarios de querer poner en valor el edificio. Ninguno se plasmó. Hubo siete proyectos, tanto en la Legislatura porteña como en el Congreso de la Nación, hasta que finalmente en 2014 se aprobó una ley que lo declaró de utilidad pública. Así, el Estado expropió parte del edificio, que pertenecía a los herederos de la familia Brena, que eran los Roccatagliatta.

El edificio estaba cerrado y tenía algunos inquilinos que ni siquiera ya, por el estado de deterioro del edificio, pagaban el alquiler, porque no tenían agua, la luz se cortaba, el gas se perdía y estaba muy abandonado, con riesgo de caída de vidrio de mampostería; estaba todo forrado en media sombra negra y rodeado de andamios.

La sanción de la ley

En noviembre de 2014 se aprobó la ley 27.009, que se votó por unanimidad en la Cámara de Diputados y que ya contaba con la sanción previa del Senado. Esa expropiación creó la comisión administradora del Edificio del Molino.

“Eso sucedió en un gobierno terminado, el presidente de la Cámara de Diputados era Julián Domínguez, que fue el impulsor en su momento, después viene Monzó como presidente. Con el cambio de gobierno, se readecúan las incumbencias de los ministerios nacionales, entonces el proceso de la reglamentación de la ley, de la tasación, de la expropiación y finalmente la entrega de las llaves al Congreso de la Nación tarda desde noviembre de 2014 al 2 de julio de 2018”, detalló García a diario Hoy.

Desde el día de la entrega de las llaves, la comisión administradora del Edificio del Molino está a cargo del lugar y su secretario técnico administrativo es Ricardo Angelucci, quien es el responsable de la conducción de la comisión, que está integrada por los presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados y de los titulares de las comisiones de Cultura y Educación de ambas Cámaras. Ellos son la Constitución Política y Ricardo Angelucci es el secretario técnico.

La misión fue la recuperación del edificio, según establece la ley de expropiación, que dice que se debe recuperar el uso de la confitería y tener utilidad cultural.

“Va a funcionar como un anexo, digamos, del Congreso de la Nación, administrado por esta comisión bicameral, y las funciones son las de ir restaurando el edificio y ponerlo en disposición de un museo de sitio, que cuenta la historia del siglo XX. En su momento, el legislador había imaginado un museo de las aspas, por el molino que tenemos aquí. Esa es un poco la estructura sobre la que noso­tros tenemos que elaborar la propuesta”, explicó García.

El Molino funcionaba de la si­guien­te manera: la confitería, en la planta baja; en el primer piso, un salón de fiestas, con todo su equipamiento y su cocina histórica, que la están restaurando y es la única que quedó y que abastecía todo el catering.

“Terminado el proceso de restauración de la confitería, se ha iniciado la recuperación y actualización tecnológica de los ascensores históricos. Además, vamos realizar las adecuaciones necesarias para garantizar la accesibilidad a todo el edificio, porque por primera vez los ascensores permitirán recorrer desde el primer subsuelo hasta la terraza (antes era desde la planta baja al quinto piso)”, explicó Angelucci.

En los subsuelos, por debajo de la confitería, estaba la fábrica, que tenía horno de pan dulce, mezcladora, picadoras, fábrica de merengue, de helados, de chacinado, de hielo. “Era una industria que quedó un poco en el tiempo porque no se aggiornó a las condiciones de salubridad contemporáneas. Hoy no hay ventilación, no cumple con las normas de separar la producción en el caso de la contaminación cruzada”, agregó García.

Hoy, la comisión está trabajando en un proyecto para la recuperación de la imagen, tanto virtual, inmaterial, como física. “Replicar, recuperando la memoria, la identidad del pasado, pero actualizar las recetas con los cuidados y la salubridad del presente” es el objetivo, finalizó el asesor de Patrimonio de la comisión administradora del Molino.

Si bien aún no hay fecha de apertura, se espera que el salón donde estaba la confitería esté terminado a principios de 2022. Luego se convoca­rá a empresas gastronómicas para que la que gane el concurso se quede con la concesión y comience a funcionar. Al mismo tiempo, los pisos superiores continuarán restaurándose para que, una vez terminado todo, se abra una nueva etapa en la vida de este edificio histórico de la Capital Federal, un patrimonio de nuestro país que fue rescatado por una decisión política que impidió que hoy allí haya un complejo inmobiliario que se lleve una de las vistas más bellas de la ciudad.

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