Napoleón fue uno de los tiranos franceses más famosos de la historia.
A Napoleón Bonaparte se le debe la novedad de exigir cuadros, joyas y objetos de arte, además de dinero, como indemnización de guerra. Así aparece consignado en los armisticios de Piacenza, Bolonia y en la Convención de Milán. También es verdad que, anteriormente, generales y monarcas triunfadores no consignaban esos detalles en los arreglos para las paces, pero por adelantado se llevaban lo que podían: a eso le llamaban botín de guerra. Lo cierto es que su figura emergió durante la Revolución Francesa y, con el paso de los años, se agigantó hasta convertirse en uno de los símbolos imperialistas más relevantes de toda Europa.
En 1859, a unas agresiones reiteradas de los moros sobre las defensas españolas del campo exterior de Ceuta, que en otras ocasiones se habían producido sin que estuviese en riesgo el prestigio nacional, se contestó con una declaración de guerra al sultán de Marruecos. Victorioso el ejército español, la guerra le valió la ampliación del campo exterior de Ceuta hasta el boquete de Anyera, el establecimiento de Santa Cruz de Mar Pequeña, en Ifni, y una indemnización cifrada en veinte millones de libras que fue pagada en “ochavos morunos”.
En 1913, la actriz inglesa Daisy Markham reclamó —y obtuvo— de su exmarido, Lord Northampton, una indemnización de cincuenta mil libras esterlinas por ruptura de promesa de matrimonio.