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Ingmar Bergman un genio del cine descubierto en Uruguay

El gran director del cine sueco fue reconocido en el Río de la Plata, cinco años antes de recibir su primer premio en Europa.

Interés General

10/02/2024 - 00:00hs

La isla de Farö está en el norte del mar Baltico, tiene un poco más de 100 kilómetros cuadrados, y a principios de los años 60 comenzó a tener un importante caudal de turistas internacionales, que se tomaban en procesión el ferry desde Gotland hasta la isla. Este inesperado boom turístico se debía a que ése era el lugar que Ingmar Bergman había elegido para vivir, y ambientar algunas de sus películas, como Persona o La vergüenza.

El director de cine sueco, luego de sus primeras grandes películas, comenzó a pensar tempranamente en su retiro. Tenía miedo de aburrir, y que su imaginación se degradara en la repetición de una fórmula consagrada. En su autobiografía -Linterna mágica-, escribió: “Intuyo un ocaso que no tiene nada que ver con la muerte, sino con la extinción. A veces sueño que se me caen los dientes y escupo pedazos amarillos carcomidos. Me retiro antes que mis actores o mis colaboradores vislumbren al monstruo y los invada el asco o la compasión. He visto a demasiados colegas morir en la pista del circo como payasos cansados, aburridos de su propio aburrimiento, silbados o abucheados o cortésmente silenciados, apartados de los focos”.

Había nacido en Upsala -Suecia- el 14 de julio de 1918, en Upsala. Su madre -en su diario-, a los pocos días de nacido, lo describió como un “pequeño esqueleto con una nariz grande y roja”. A los 26 años, con Hets, su primera película, comenzó a convertirse en uno de los mayores realizadores de la historia del cine, y en uno de los mayores emblemas culturales de Suecia. Pero no fue en Europa sino en Uruguay donde fue premiado por primera vez. En 1952, en el Festival de Cine de Punta del Este -en su segunda edición-, fue premiada Juventud, divino tesoro, por un jurado presidido por Homero Alsina Thevenet. Recién cinco años después el Festival de Cannes le acordaría una distinción.

Su tío Carl fue alguien fundamental en su vida. En los años veinte salía por los pueblos de Suecia con su cine móvil y , cuando el proyector se averiaba, recogía la sábana caída que hacía las veces de pantalla y continuaba la función, bajo las velas, con un grupo de teatro que lo acompañaba. Durante unos años, siendo muy niño, acompañó a su tío. Y de grande, recordó lo vivido en algunas de sus películas.

Fue un creador muy prolífico en todas las actividades artísticas que afrontó: 46 largometrajes, 140 puestas teatrales, numerosos programas pensados para radio y televisión. Siempre estaba imaginando algo para compartir: “Vivo continuamente dentro de mi sueño y hago visitas a la realidad”.

Todos sus actores y actrices tienen anécdotas que dan cuenta de su mal carácter, sus arranques de furia y sus vaivenes anímicos, pero tienen la certeza de haber trabajado con un genio. Poco directores sondearon tan hondo en sus actores: “Siento la necesidad acuciante de apuntar la cámara sobre los actores, lo más cerca posible, acurrucarlos contra la pared, extraerles hasta la última expresión”. No tenía el prejuicio de tantos intelectuales de atacar a la televisión. Pero el contrario, le gustaba mucho trabajar para la pantalla chica: “En Suecia, vivimos muy alejados unos de otros, y el hecho de encender a la noche esta ventana mágica en la oscuridad es una comunicación enorme, fantástica”.

Ingmar Bergman no olvidó nunca que fue en Uruguay donde recibió su primer premio internacional, y que fue en ese mismo país donde se le dedicó el primer estudio serio sobre su cine -fuera de Suecia-. Un artículo de diez páginas escrito por Homero Alsina Thevenet para la revista Film. Por su parte, la primera retrospectiva de Bergman fuera de Europa, se hizo en Argentina, en junio de 1959, con las primeras trece películas que el director había estrenado hasta esa fecha. La muestra fue un éxito: 1800 localidades vendidas en un día, en una sala cuya capacidad era sólo de 300 butacas. La prensa local hablaba de la “bergmanmanía”, como una costumbre cultural adoptada en la Argentina de entonces.

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