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María Luisa Bemberg en tan solo 12 años hizo películas que se convirtieron en verdaderos clásicos y puso en el centro la condición de la mujer.
12/05/2024 - 00:00hs
Su primera película, Momentos, la dirigió cuando tenía 58 años. En los 12 años siguientes, hizo cinco películas más, todas con gran repercusión: Señora de nadie, Camila, Miss Mary, Yo, la peor de todas y De eso no se habla. Su tercera película fue la más popular, cuenta el romance de Camila O’Gorman y el cura Ladislao Gutiérrez –con las inolvidables actuaciones de Susú Pecoraro e Imanol Arias–, y fue la segunda película argentina nominada al Óscar como mejor película extranjera. No ganó, pero fue vista por dos millones y medio de espectadores, y en los años siguientes nacieron muchas niñas llamadas Camila.
Nieta de Otto Bemberg, fundador de la cervecería Quilmes y uno de los hombres más ricos de nuestro país, María Luisa Bemberg nació en Buenos Aires el 14 de abril de 1922. Nunca fue al colegio, porque la aristocracia argentina solía educar a sus hijos con institutrices para que se “contaminaran” en la escuela pública. A los 22 años se casó con el arquitecto Carlos María Miguens, con quien tuvo cuatro hijas. Un matrimonio que duró diez años. Decía: “Creo que las mujeres, especialmente de mi generación, heredan la vida –la de la madre, la de la abuela– sin plantearse la angustiosa pregunta de para qué vivo, para qué estoy”. Ese mundo cerrado hasta la asfixia sobre sí mismo, estéril y altanero, estaría presente como materia prima y telón de fondo de sus películas.
Era una militante del feminismo, en años en que pocas mujeres lo eran: “Mis ideas no pueden no ser feministas. Cuando escucho un bolero que me recuerda a la mujer que era hace veinte años, es como volver a sentir la lucha contra el destino que me habían deparado y que yo rechacé. Esa lucha fue como un largo túnel, muy doloroso, muy duro y muy solitario”. En 1970, junto a la fotógrafa Alicia D’Amico, entre otras, fundó la Unión Feminista Argentina, cuya sigla era expresión del hartazgo que sentían por la opresión machista: UFA.
Empezó su carrera artística en 1959, como productora de espectáculos teatrales. Su primer guion cinematográfico fue Crónica de una señora, una película de Raúl de la Torre, de 1971, sobre la vida de una joven esposa de clase alta, con el protagónico de Graciela Borges, y las actuaciones de Federico Luppi y Lautaro Murúa. A partir de ahí, escribió otros guiones. Como no le gustaba lo que los directores hacían con sus libros, decidió dirigir sus propias películas. En 1981 se asoció a Lita Stantic para hacer Momentos, una película en la que Miguel Ángel Solá hace de un ejecutivo joven que se enamora de una mujer casada, interpretada por Graciela Dufau. Todos sus films obtuvieron buenas críticas, recorrieron festivales de todo el mundo, se alzó con numerosos premios y el público la premió con varias semanas de cartel. Todas sus películas hacen foco en la problemática de ser mujer: “Todas mis protagonistas son mujeres que de alguna manera intentan salir del molde y vivir de forma autónoma, a algunas les va mejor que a otras”.
Sus últimas películas son adaptaciones libres de obras literarias que la impactaron fuertemente. Miss Mary, estrenada en 1986, protagonizada por la actriz británica nacida en la India, Julie Christie, está inspirada en el relato El vestido color aceituna, de Silvina Ocampo. La película fue premiada en los festivales de cine de Tokio y de Venecia. Yo, la peor de todas, está basada en el libro de Octavio Paz, Sor Juana o las trampas de la fe, fue protagonizada por Assumpta Serna, Dominique Sanda y Héctor Alterio; y De eso no se habla está basada en el cuento homónimo de Julio Llinás y cuenta con las actuaciones de Marcello Mastroianni y Luisina Brando.
Alejandro Maci, quien fue asistente de dirección de María Luisa Bemberg en De eso no se habla y trabajó con ella durante una década, le dedicó un documental, El eco de mi voz, en el que compendió una serie de conversaciones que mantuvieron días antes de la muerte de ella, y con mucho material documental, en la que se ve, por ejemplo, a un periodista que le preguntó: “¿Por qué decir que una mujer es feminista está bien y decir que un hombre es machista está mal?”. Y ella, didáctica y paciente, contesta: “Son cosas opuestas. Ser machista es ser fascista. Ser feminista es ser antifascista”.