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Guillermo Cabrera Infante fue un novelista y crítico cubano que pasó de ser funcionario de la revolución a furibundo anticastrista.
20/01/2025 - 00:00hs
La cinemateca de La Habana había sido clausurada por el régimen de Batista y Cabrera Infante había sido amonestado por la censura tras publicar un cuento tildado de “pornográfico” en la revista Bohemia. No podía publicar bajo su nombre, pero Antonio Ortega, director de Carteles y su jefe incondicional, le permitió escribir bajo seudónimo. Delegó la sección de cine a Guillermo Cabrera Infante y no se equivocó. Caín era, desde el comienzo, un crítico desparpajado, con más aspiraciones de parodiar y alcanzar la claridad por la gracia de la expresión que de aspirar a la trascendencia por la retórica del especialista.
Cuando se lo preguntaban a Lezama Lima, él decía: “El extranjero mata” (porque su padre murió en el único viaje que hizo al extranjero). Caín, en cambio, escribió: “Nada mata tanto a un escritor como dejar de escribir bien”. Era un dardo envenenado, en alusión a la frase de Jacques Vaché que Cortázar puso como epígrafe de Rayuela (“Nada mata tanto a un escritor como tener que representar a un país”).
Había nacido el 22 de abril de 1929 en Gibara, pequeña ciudad de la provincia cubana de Oriente. Hijo de una pareja de activos militantes del Partido Comunista Cubano, Cabrera Infante se mudó de Gibara a La Habana a los 12 años. Empezó la carrera de medicina, aunque pronto la abandonó; el joven Cabrera Infante escribía en secreto.
Su formación como espectador y la fascinación por el cine empezó en la infancia, cuando la madre lo llevó a ver Los cuatro jinetes del apocalipsis en un cine de la Provincia de Oriente; continuó con westerns y películas silentes y luego, ya convertido en un verdadero cinéfilo, se consolidó con un ejercicio crítico que puede contarse entre los más prolíficos y creativos de la cinefilia hispanoamericana.
La primera compilación de sus crónicas de cine se presentó bajo el título: Un oficio del siglo XX, en 1962, poco antes de abandonar Cuba. El corpus estaba integrado por las notas firmadas por Caín. Así, Cabrera Infante triunfaba en su primera prueba de fuego de la escritura: burlar la censura, desdoblándose en un alter ego.
Esta etapa embrionaria delimitó la forma singular de lo que sería su estilo desenvuelto: combinación de humor y erudición, y tránsito de la literatura hacia la narrativa cinematográfica. Parodia, biografía imaginaria, erudición insolente, humor negro son los rasgos fundamentales del estilo Cabrera Infante.
La Habana fue para el escritor cubano lo mismo que Dublín para Joyce. Tan radical como perseverante por diferenciarse de sus compañeros de ruta del boom y particularmente de la estética del realismo mágico y sus secuelas de vacas voladoras, Cabrera Infante escribió Vista del amanecer en el Trópico, obra en la que confluyen La Habana nocturna con viñetas de la violencia de la época del general Batista, y con aspectos de la lucha de los revolucionarios castristas en Sierra Maestra. Pero su obra maestra (y la más polémica e irreverente) fue Tres tristes tigres, por la que fue finalista del Premio Formentor (1965) y ganador del premio Biblioteca Breve (1967).
Las polémicas declaraciones que hizo en 1968 al por entonces periodista Tomás Eloy Martínez en la revista Primera Plana, donde resumió su posición contraria respecto de la evolución de la revolución cubana, le ocasionaron el ostracismo en más de un sentido. Juan Forn aseguró que Caín murió por dejar de escribir bien, por tener que representar no a un país, sino a un pedazo de país, o a algo peor: un odio.
Toda la obra de Cabrera Infante gira en torno a sus recuerdos de La Habana. Creían los griegos que Mnemosine, la diosa de la memoria, era la madre de las musas. Para este escritor cubano la memoria tiene la llave de la literatura y de la vida, para demostrarlo, allí está la pasión por esa ciudad cubana a la que amó hasta el último día y de la que decía extrañar su “caos nocturno” y “su esplendor perdido”.