Hacen colecta para que jugadoras puedan viajar a un campeonato
Familias y socios de un club de la ciudad comenzaron una colecta de latitas de gaseosas para que sus deportistas puedan viajar a competir a un importante torneo en el mes de mayo.
Numerosos artistas fueron perseguidos por regímenes totalitarios, mientras que otros desarrollaron particulares vínculos en tiempos difíciles.
17/04/2023 - 00:00hs
En el siglo XVI, Matthias Grünewald fue uno de los pintores religiosos más originales y trabajó al servicio de príncipes y cardinales, como era habitual y hasta obligatorio durante aquella época. Se afirma que su obra está llena de dolor, angustia y expresividad. Sin embargo, en los cuatro siglos posteriores, existieron muchas dudas sobre la calidad real de su arte y sobre su persona misma: desde su nombre auténtico hasta su fecha de nacimiento. Lo que es seguro es que se manifestó partidario de la rebelión campesina (1524-1525) contra los poderes feudales y que eso lo obligó a desprenderse para siempre del servicio ofrecido a la realeza.
Matías el pintor es un bello cuento de Abelardo Castillo inspirado en Grünewald, que narra la historia de un joven que conoce en un refectorio al hermano Leonardo, quien decía haber pintado “La cena” del Convento de las Gracias, lejos, en Florencia. Leonardo no sería otro que Da Vinci, la obra, La última cena, y el Convento sería declarado en 1980 Patrimonio de la Humanidad. El mismo título designó a la ópera con la que el compositor alemán Paul Hindemith quiso homenajear al artista. No consiguió estrenarla en la Alemania nazi, porque el argumento suponía aprobar aquella rebelión contra la autoridad. Fue así como Hindemith, una de las figuras más importantes dentro del panorama musical alemán de la primera mitad del siglo XX, debió resignarse a una versión puramente orquestal, que se estrenó en 1934 bajo la dirección de Wilhelm Furtwängler.
Insólitamente, la versión orquestal tampoco fue aprobada por las autoridades. Después del estreno, Furtwängler quedó suspendido como director por haber aprobado y defendido públicamente la obra de Hindemith, a quien Joseph Goebbels denunciaba como “bolchevique cultural” y un “no ario espiritual”. De inmediato, Hindemith abandonó Alemania y vivió en Turquía, Suiza y Estados Unidos. Falleció en 1963.
Los nazis tuvieron curiosas ideas sobre las bondades o aberraciones políticas de la música. La prohibición total de Hindemith y la suspensión de Furtwängler se integraron en esos extremos fanáticos. En el terreno musical, cabe destacar, por ejemplo, que los nazis prohibieron la música de Mendelssohn —porque era judío— y en cambio utilizaron con fervor la de Wagner, en cuyas óperas veían una exaltación de doctrinas raciales y nacionalistas. Ninguno de los dos tuvo la oportunidad de opinar. En cambio, los músicos que todavía vivían tuvieron que elegir. En el caso de Furtwängler, fue reincorporado a la dirección de la Orquesta Filarmónica de Berlín y trabajó sin inconvenientes bajo la época del nazismo. Pero había elegido su bando, y eso le costó caro.
Otro caso ambiguo fue el de Richard Strauss, un compositor tan dedicado a su música que no llegaba a entender las presiones sociales y políticas que le amenazaban. En 1905, cuando tenía 40 años, sufrió un primer contratiempo con su primera ópera Salomé, rechazada por la Ópera de Viena, ya que se inspiraba en un texto de Oscar Wilde, autor caído en desgracia en Londres tras su proceso por “sodomía” y su inmediata condena. El episodio no impidió que Strauss se hiciera rico luego con El caballero de la rosa. Invirtió parte de su fortuna en Inglaterra con tanta mala suerte que en 1914 se declaró la Guerra Mundial y su dinero fue confiscado.
Cuando llegó el nazismo, Strauss volvió a tropezar con la política de su tiempo. En 1935, compuso una ópera llamada La mujer silenciosa, con libreto de Stefan Zweig, sin advertir que el escritor era judío y antinazi, con lo cual la ópera no tendría mucho futuro. Strauss recibió la orden de interrumpir toda colaboración con un enemigo del régimen, al tiempo que la ópera quedaba prohibida. A esa altura, Zweig había conseguido huir de Alemania, iniciando un complicado exilio que terminaría con su suicidio en 1942. Por su parte, Pauline, la esposa de Strauss y que había sido soprano en alguna de sus obras, construyó una suerte de muralla protectora en derredor de su marido a fin de que nada pudiera interferir con su sagrada vocación musical.