Roberto Arlt un juguete rabioso
Prácticamente ignorado por la crítica de su época, su nombre sigue estando en lo más alto de la literatura argentina y su vida sigue dando motivo para el asombro.
culturaPrácticamente ignorado por la crítica de su época, su nombre sigue estando en lo más alto de la literatura argentina y su vida sigue dando motivo para el asombro.
30/01/2025 - 00:00hs
Nunca figuró en el Diccionario de Literatura Latinoamericana de Washington que hace autoridad en la materia. En vida, solo ganó un tercer premio municipal. Naturalmente ninguneado, Roberto Arlt intuyó como nadie la decadencia y el horror que iba a sufrir nuestro país. Si lo que hacía Leopoldo Lugones era escribir bien, según el establishment literario lo suyo era escribir con los pies.
Poco conservamos de él que no sean sus cuatro novelas, dos tomos de cuentos, ocho piezas de teatro y dos mil aguafuertes porteñas y españolas. Era periodista y todos los días publicaba un artículo sobre las gentes de Buenos Aires. Las Aguafuertes porteñas aparecidas en El Mundo formaron un universo indivisible de los años del yrigoyenismo y la década infame. De sus contemporáneos famosos, Manuel Gálvez y Eduardo Mallea, queda un recuerdo borroso. Para muchos hoy son ilegibles. No resistieron la prueba del tiempo con que Horacio Quiroga desafiaba a sus detractores del vanguardismo: “¡Cita dentro de cincuenta años!”. En cambio, las crónicas de Arlt van para cien años y todavía siguen siendo citadas.
Heredero del tremendismo de Eugenio Cambaceres, influido por Las aventuras de Rocambole y El Corsario Negro, Arlt fue consciente de su fantástica creación: darle cuerpo literario a Buenos Aires y sus marginados hijos de inmigrantes. Astier, Erdosain, Balder son algunos de sus héroes emblemáticos. Y los apodos inolvidables: El rufián melancólico, El astrólogo, La bizca, que abrieron paso al lunfardo y que luego utilizarían Viñas, Cortázar, Marechal para desmañar- como dice Osvaldo Soriano- la idea que los intelectuales de París se hacían de la literatura.
Después de un ostracismo de muchos años, fue rescatado por los trabajos de David Viñas y Noé Jitrik, quienes vislumbraron en él una voz insoslayable de la ciudad rumorosa, y un prólogo abundante de Juan Carlos Onetti quien calificó de genial al intuitivo Arlt. Lo cierto es Roberto Arlt tardó cuatro años en publicar El juguete rabioso que Elías Castelnuovo, pope del grupo Boedo, rechazó en la Editorial Claridad. Al parecer Guiraldes corrigió la novela y publicó dos capítulos en Proa, donde convergían Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo y Macedonio Fernández, entre otros. No mereció ni un solo comentario en la prensa. Cinco años después, Arlt publicó Los siete locos y tampoco llamó la atención de los críticos. Sin embargo, a la publicación de éste último libro, cuyo título está inspirado en “Los siete ahorcados” del ruso Leónidas Andreiev, el escritor comenzó a ganar popularidad con sus aguafuertes y el libro se vendió bien. Sin embargo, los últimos años de su vida los dedicó al teatro, al lado de Leónidas Barletta, en el Legendario Teatro del Pueblo. Por entonces, Arlt lee a Karl Marx “sin entender nada” y se acerca, sin afiliarse, al Partido Comunista. Incluso colaboró con la revista Bandera roja con artículos en los que se esforzaba por comprender el proletariado.
Se afirma que dejó el colegio a los diez años y fracasó en su intento de cursar mecánica en la Armada. De su madre triestina heredó el gusto por la lectura. A los dieciséis años escapó de su casa y después de trabajar como dependiente en una vieja librería y pintar barcos en la Boca, partió a Córdoba donde escribiría sus primeros cuentos. Allí hizo el servicio militar, conoció a su primera esposa y nació su hija Mirtha. De regreso a Buenos Aires se metió en toda clase de trabajos hasta que empezó a colaborar en los diarios.
Sus inventos –entre otros, un sistema de galvanización de medias, que patentó en 1934- no funcionaron cómo anhelaba y le provocaron frustración además de ocasionarle pérdidas económicas y toda serie de accidentes domésticos. No obstante, el éxito como escritor le trajo enemistades. Y él, como buen insultador, solía responderles: “¡Pandilla polvorienta y malhumorada! ¡Corifeos de la nueva sensibilidad!”. Alguna vez le escribió una carta a su hermana que decía: “Pensá que yo puedo ser Erdosain, pensá que ese gran dolor no se inventa ni tampoco es literatura”.