cultura

Testimonios de un mundo arrasado

Escritores que luego de la Segunda Guerra Mundial dejaron constancia del gran fracaso de la civilización, con la amarga certeza de que el ser humano tarda mucho en aprender.

Interés General

20/11/2024 - 00:00hs

Otoño alemán es un libro de poco más de un centenar de páginas, una recopilación de trece crónicas de un periodista sueco, Stig Dagerman (1923-1954), sobre la vida de la población alemana en los meses finales de 1946. Ciudades en ruinas, refugiados que vagan por las calles o se amontonan en vagones de tren que recorren las estaciones de un lado a otro del país, desolación externa e interna en la que la esperanza parece haberse extinguido definitivamente. Se afirma que este libro debería haber sido una lectura recomendada para los líderes políticos vencedores en la Segunda Guerra Mundial, pero en el improbable caso de que lo hubieran leído, habrían replicado con el mismo argumento que los ocupantes británicos emplean en algunos de los capítulos del libro: los bombardeos de Coventry o de Londres fueron la causa de los bombardeos de Dresde, Berlín y otras ciudades alemanas.

Los primeros testimonios sobre la Alemania arrasada fueron escritos por extranjeros: los cronistas aliados que entraron con las tropas. En ese sentido, el escritor inglés Victor Gollancz mencionaba los fantasmas vivientes de personas que vagaban por los caminos, de una ciudad a otra, supuestamente buscando parientes que hubieran sobrevivido pero que en realidad eran víctimas de un estupor que les impedía quedarse quietos. En una librería de Colonia, la norteamericana Janet Flanner veía cómo se manoseaban a escondidas fotos de cadáveres calcinados durante los bombardeos, con la avidez del consumidor de pornografía.

Por su parte, a su regreso a Berlín, Bertold Bretch escribió: “El ser humano aprende de la desgracia tanto como el cobayo aprende de biología en su jaula de laboratorio”. Gunter Grass y Heinrich Boll se pasarían décadas recordándoles incómodamente a los alemanes qué clase de cobayos habían sido: “En el principio de este Estado había un pueblo que buscaba su comida en la basura- dijo Boll-. Un escritor es alguien a quien le gusta el tufo y en este país los cadáveres en el sótano todavía huelen”.

La posguerra alemana fue también un momento de peregrinas conclusiones que solo eran el resultado de una propaganda acrítica: la derrota había abolido en Alemania las clases sociales. La igualación consistió en que todos los alemanes experimentan los mismos apuros económicos. Con todo, había gente más pobre que vivía en las ruinas de las ciudades, y gente menos pobre que sobrevivía en sus antiguas residencias.

Hermann Kasack no le dio nombre ni nacionalidad a la ciudad que en su libro era arrasada por las bombas. Un hombre llamado Magus recibió el encargo de ir a la ciudad en ruinas y hacer un informe de la situación para un consejo de sabios. El tal Magus concluye al final del libro que era imposible elaborar tal informe: Kasack pretendía que su novela fuese la metáfora del informe que no fue. Poco antes de morir, el escritor dijo: “En un país que tenía que prohibirse mirar atrás para economizar las energías vitales que le quedaban, recordar como yo recordaba era un escándalo”.

No obstante, tal vez la historia que más sacudió los cimientos de la literatura alemana de la posguerra la narró el escritor judío Wolfgang Hildesheimer: en una pequeña ciudad de la nueva Alemania, llena como todas las demás de personas que cometieron delitos durante la guerra que han prescrito y que debido a esa amnistía llevan una existencia apacible rodeados de hijos y nietos, alguien empieza a llamar por teléfono, en medio de la noche, a ciudadanos respetables elegidos al azar. La voz solo dice, en un susurro: “Han descubierto lo que hiciste”. Cada uno de los que recibe el llamado reacciona igual: deja de apuro su casa con las valijas sin cerrar y se pierde furtivamente en el horizonte antes que salga el sol. Hasta que una noche suena el teléfono en casa de aquel que hacía esos llamados y una voz anónima le susurra desde las sombras al intruso: “Hemos descubierto lo que hiciste”.

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