Las hermanas Bronte son autoras de Cumbres borrascosas, una novela mundialmente admirada y que ha tenido cerca de cuarenta adaptaciones cinematográficas.
Las tres hermanas Brontë no han cesado de atraer la curiosidad de los lectores, no sólo por el mérito de sus obras, sino por las condiciones en que tales obras se escribieron. Eran hijas de un pastor anglicano muy pobre, y fueron educadas por su padre en un aislamiento casi total en la casa parroquial de la aldea inglesa de Haworth, Yorkshire. Su madre falleció en 1821, y las dos hijas mayores, Carlota y Emilia, fueron enviadas a un pensionado que carecía de las más elementales comodidades, donde incluso la comida era insuficiente. La vida de ambas en aquel pensionado fue escrita por Carlota en su novela Jane Eyre.
Como cachorritos sin dueño, solían pasear solas por los páramos, bajo el sol o bajo la nieve, y algunos afirmaban haberlas visto declamando poemas en lo alto de una roca. Aunque lo más raro de todo era lo que hacían dentro de la casa, donde las niñas se pasaban el tiempo leyendo y escribiendo. Acuciadas por la necesidad económica y por su ansia de no volver a separarse, las hermanas Brontë decidieron probar suerte como autoras. Puesto que llevaban escribiendo desde muy jóvenes, ¿por qué no intentar publicar? En 1846 editaron una selección de sus poemas. Pero lo hicieron bajo seudónimos: no querían herir a Branwell -único varón de los hermanos y también escritor-, ni provocar suspicacias entre sus conocidos. Una mujer que se atreviese a publicar era vista con una enorme desconfianza, y toda clase de sospechas se abalanzaban de inmediato sobre su reputación. Firmaron con los nombres de Currer, Ellis y Acton Bell, como si se tratase de tres hermanos. El libro vendió un único ejemplar. Eventualmente, cada una publicaría por separado sus novelas.
Leían todo lo que caía en sus manos: los poemas de Byron o las novelas de Walter Scott, los clásicos, y también sesudas revistas de literatura y hasta los diarios de Londres, con aquellos complejos asuntos políticos tan poco adecuados para unas muchachas y sobre los que luego ellas se atrevían a expresar sus propias opiniones. Y, para colmo, desde muy pequeñas, escribían sin cesar poemas e historias semejantes a las que leían en los libros, cosas de guerreros y doncellas seducidas y sangrientas batallas.
Por entonces, las hijas de un pastor sólo estaban destinadas hacer dos cosas en la vida: casarse o, de no lograrlo, dedicarse a la crianza de niños. Una mujer de esa extracción social no podía permitirse ningún trabajo de tipo manual o que la obligara a estar en contacto con el público, exponiendo su honra. En cuanto a las profesiones de prestigio, las que implicaban conocimientos profundos, gran inteligencia y que conllevaban buenas ganancias y renombre, ese era territorio exclusivo de los hombres, absolutamente vedado al género femenino: una mujer no podía ser médica, ni abogada, ni juez, ni política, ni catedrática, ni ingeniera, ni nada que implicara respetabilidad social. Ni siquiera podía acceder a la universidad, aunque sólo fuera por placer.
Las hermanas Brontë no cumplían ninguno de los requisitos que podrían propiciar su ascenso. Su padre no tenía ni un centavo, salvo su exiguo sueldo de párroco de la Iglesia anglicana. La belleza se había olvidado de detenerse sobre la casa rectoral de Haworth y dejar caer allí algunos dones físicos. Y el carácter de las muchachas, con su tendencia a querer saber de todo y mantener sus opiniones en voz alta, no parecía hacer de ellas las mejores compañeras para un hombre de “bien”.
Las tres utilizaron elementos autobiográficos para componer sus historias: experiencias, amores frustrados, sueños y deseos ocultos fueron vertidos por ellas en aquellas obras que, tras ser publicadas con sus seudónimos, provocaron intensos reproches morales por parte de los críticos literarios de la sociedad victoriana. Todos los miembros de la familia murieron jóvenes, tuvieron cierto genio y se caracterizaron por escribir obras surgidas de su más profunda sensibilidad, prescindiendo de las modas literarias y sin desvelarse por obtener el éxito fácil que las redimiera.