Grabó casi noventa discos, fue amiga de Diego Rivera y Frida Khalo, tuvo una vida llena de desafíos y transgresiones.
Sus padres la llamaron Isabel Vargas Lizano, pero para el mundo se llamó Chavela Vargas. Su voz desgarrada arrastraba la pena más honda, herida por los vidrios de los vasos que rompió en todos los bares por los que anduvo. Había nacido en San Joaquín –Costa Rica-, el 17 de abril de 1919; pero cuando murió a los 93 años, México ya se había vuelto su patria.
Se mudó a México a los 15 años, dejando atrás los malos recuerdos que su país natal había echado sobre su espalda. En esa nueva tierra comenzó cantando por las calles, acompañada de guitarra. Hacía rancheras, un género tradicionalmente reservado a los hombres. Una mujer que cantaba canciones de amor a las mujeres. Vestía como un hombre, fumaba tabaco fuerte, bebía más que cualquier mariachi, y llevaba pistola bajo su gabán rojo. Cuando el mítico cantante y compositor José Alfredo Jiménez –autor de “Que te vaya bonito”, “Llegó borracho el borracho”, “Amanecí en tus brazos” y “Si nos dejan”, entre muchas otras canciones inmortales-, la escuchó en un restaurant cantar, supo que estaba frente a una cantante única sobre la tierra.
Tenía una manera de cantar que era un grito, un llanto que empapaba cada palabra, un cuchillo hundiéndose en quien la escuchaba con el pecho vuelto de manteca. Una voz atávica desafiando todas las convenciones. Jamás cedió al chantaje de fingir una heterosexualidad que nunca sintió propia. En una entrevista televisiva en Colombia dijo: “La única ventaja que tuve fue que no había Inquisición; si hubiera nacido en los tiempos de Juana de Arco, me hubieran quemado, con todo el gusto. Yo fui como quería ser y me reí de todos, pero también los respeté. Como digo siempre: el respeto al derecho ajeno es la paz. Pero paz con dignidad, sin agachar la cabeza. El grito final de ‘La llorona’ tiene que ver con eso.”
Su primer disco lo grabó en 1961, desde entonces editó cerca de 90 –pese a que se llamó a silencio durante casi diez años-. Su figura tuvo un relanzamiento internacional gracias al cine. Su amigo Pedro Almodóvar , contribuyó mucho con sus películas a que difundiera a Chavela. También apareció en Frida, de Julie Taymor, cantando sus clásicos “La llorona” y “Paloma negra”, y en Babel, la película de Alejandro González Iñárritu, en la que interpreta el bolero “Tú me acostumbraste”.
La leyenda de Chavela Vargas hunde sus raíces en los pintores Diego de Rivera y Frida Kahlo, quienes la invitaron a vivir en su casa. Dijo que allí aprendió muchas, entre otras, el lenguaje de las pistolas. Una noche, pasada de tequila, subió al escenario y había algunos que desde abajo del escenario la hostigaban. Advirtió: ‘¡Se callan o disparo!’. Y dice que tuvo que disparar.
Hizo mucha plata, pero casi toda se la bebió: “Era borracha y además invitaba a todo el mundo para que se emborracharan conmigo. No vaya a creer que hacía distinción. Lo mismo era mi hermano, el albañil, el que vendía periódicos. Los invitaba porque tenían necesidad de tomar y no tenían con qué. Y yo sabía lo que era eso”. Alvaro Carrillo –el autor de “Sabor a mí” y “Sabrá Dios”- era uno de sus compañeros de juerga. Un día, Chavela le preguntó: ‘¿Cómo eres tú en tu sano juicio?’. Y Carrillo le contestó: ‘No sé, porque nunca he estado así’.
Los aborígenes huipala la nombraron chamana, pero ella solo curaba con sus canciones: “Ya había establecido un puente de comprensión y de amor a través de la música. Y logré lo más costoso del mundo: paz interior, me encontré conmigo. A mí que no me vengan con los Grammy: son una mierda, puedes comprarte veinte si quieres y si tu grabadora tiene dinero. Yo soy la primera mujer en el mundo que tiene el título de chamana. Nunca hubiera imaginado que me iba a pasar una cosa así, pero para eso canté toda mi vida.”
La última vez que vino a Argentina fue en 2004, cuando cantó en el Luna Park, con León Gieco como invitado. Murió en Cuernavaca –México-, el 5 de agosto de 2012.