La preocupación por las violaciones a los derechos humanos en Catar, sede de la Copa Mundial de Fútbol, convoca el eco de otros torneos con que se pretendió legitimar regímenes opresivos. Con éxito variable, Mussolini, Hitler y Videla apelaron al Mundial para apuntalar sus sangrientos gobiernos fascistas.
Fútbol, pasión de multitudes... Por eso mismo, nunca está alejado del arte de las multitudes, es decir, de la política. A lo largo de su historia, líderes de todo tipo han recurrido al deporte más popular en busca de acrecentar su propia popularidad o legitimar sus métodos y decisiones.
Lamentablemente, los gobiernos tiránicos y dictatoriales no han sido la excepción. El codiciado puesto de sede de la Copa del Mundo ha recaído más de una vez en países que se encontraban bajo regímenes fascistas u opresivos, incluido el nuestro, que recibió a delegaciones de todo el planeta para el Mundial en 1978, justamente el año más sangriento de la dictadura cívico-militar que encabezaba Jorge Videla.
Por eso, los señalamientos hacia Catar por sus políticas violatorias de los derechos humanos, con restricciones a libertades que a nosotros nos resultan elementales, con represión de la homosexualidad y un sistema no democrático de gobierno, traen el eco de otras ocasiones en que el Mundial de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) se desarrolló en países que atentaban gravemente contra la humanidad, como la Italia fascista y la Argentina de los desaparecidos, y casi, también en la Alemania nazi.
Los líderes totalitarios han conocido siempre el potencial del panem et circenses (“pan y circo” en español) para apuntalar sus regímenes capturando las emociones y el sentido patriótico de la población. Para esto, el deporte puede ser un aliado invaluable. Por eso los temibles popes del fascismo y el nazismo, pero también Vladimir Putin en Rusia, procuraron llevar a sus países el torneo más convocante del globo.
“Es una orden”
“Italia debe ganar. Es una orden”, le dijo Benito Mussolini, el duce que gobernaba Italia con mano de hierro, al general Giorgio Vaccaro, el presidente de la Federación Italiana. Fue en 1934 y el país que vivía bajo la sombra del fascismo era sede de la Copa del Mundo, la primera que se disputó en suelo europeo.
Mussolini, a quien no le interesaba personalmente el fútbol, pero sí sus posibilidades para encantar a las masas, logró su objetivo: Italia se consagró campeón aquel año, con una victoria sobre Checoslovaquia, un país que ya no existe. Dicen que en el entretiempo un emisario del duce bajó al vestuario y le dijo a Vittorio Pozzo, el entrenador local: “Señor Pozzo, usted es el único responsable del éxito, pero que Dios lo ayude si llega a fracasar”.
El dictador asistió a todos los partidos que se jugaron en Roma, la capital del país. En el seleccionado figuraban tres argentinos: Luis Monti, Enrique Guaita y Raimundo Orsi. Monti había sido subcampeón con la Selección Argentina en el Mundial anterior, en Uruguay, y fue campeón, claro, en aquel negro 1934 italiano.
Una derrota para Hitler
El austríaco Adolf Hitler, recordado como uno de los más grandes dictadores de la historia, que exterminó a millones de judíos en una cruzada en pos de la entronización de una supuesta “raza aria” que creía superior (y que era una ficción pseudocientífica), también se dejó enamorar por las posibilidades que abría la Copa del Mundo, con su popularidad global. Por eso, procuró que Alemania (es decir, la Alemania nazi) fuera designada como sede del Mundial de 1942. Y lo consiguió, derrotando a la Argentina en su postulación.
Lo que no consiguió Hitler, sin embargo, fue la victoria a la que aspiraba. Porque ese Mundial nunca se jugó, ni tampoco la siguiente, en 1946. Los representantes de lo que el dictador (y también el expresidente argentino Mauricio Macri) consideraban una “raza superior” no pudieron obtener en su tierra la victoria que el líder nazi sin duda pensaba utilizar simbólicamente como una muestra de la perfección de todo lo alemán.
Y ese Mundial no se disputó justamente porque a pesar de una decisión inicial de la FIFA de que se realizaría a pesar del estallido de la Segunda Guerra Mundial, un bombardeo ordenado por el propio Hitler hizo que se suspendieran los preparativos para el torneo, la designación de Alemania como sede nunca fuera formalizada y, de hecho, se diera de baja completamente la celebración del evento deportivo.
Fútbol y desaparecidos
Durante el certamen realizado en la Argentina de 1978, nuestro país vivía por entonces la etapa más dura del tiránico gobierno de facto en manos de Jorge Rafael Videla. La dictadura implementó la novedad de los desaparecidos, inaugurando una forma de horror hasta ese momento desconocida en el mundo. Al mismo tiempo, procuró enfervorizar los ánimos patrióticos ubicando al país como anfitrión del Mundial, y ganándolo.
Videla logró ambas cosas, y festejó con visible alegría el triunfo del seleccionado nacional, de la misma forma que la gente en las calles y en sus casas celebraba con emoción. A pocas cuadras del estadio mundialista de River Plate se encontraba la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), que funcionaba como centro clandestino de detención, y que hoy es un museo y sitio de memoria. En 2015 se reveló que la Junta militar había elaborado un documento que describía la forma de utilizar el Mundial 78 para “explotar” las posibilidades del mismo para defender al régimen y difundir “informaciones favorables” en Europa y los Estados Unidos.
Cuatro años más tarde, otro general de la misma dictadura, Leopoldo Galtieri, intentaría inflamar el espíritu nacionalista con la guerra de Malvinas, pero en ese caso la derrota precipitaría el final del régimen totalitario.