Las seis muertes que ya se cobró la bacteria streptococcus pyogenes nos muestra la fotografía mortal del gran drama que es la Argentina. La vida de cinco niños y un adulto se apaga a una edad temprana por una enfermedad generalmente benigna, una bacteria que responde bien a los antibióticos si es tratada a tiempo. “Rara vez”, coinciden los médicos, llega a invadir la sangre y a afectar a los órganos en modo irreversible.
Pero está ocurriendo. Los médicos, como lo vienen haciendo en todo este tiempo, vuelven a advertir por guardias que no dan abasto, falta de insumos y de profesionales. Por hospitales que deberían ser el refugio de aquellos que llegan ya desprotegidos, mal nutridos en su pobreza, y sin embargo son lugares sumidos en el abandono, focos de quién sabe cuántas infecciones.
Y, frente a este contexto de gravedad extrema, el Ministerio de Salud, reducido a Secretaría y con menos presupuesto, avanza con el destrato: ayer nomás, los trabajadores del Hospital Posadas comenzaron a recibir una nueva tanda de telegramas, que podrían llegar a sumar unos 80 nuevos despidos, y se agregarían a las 300 cesantías por goteo que hubo en lo que va del año. Es tal el deterioro en este nosocomio insignia, que el director, Jorge Palmieri, no aguantó más y renunció.
Sin médicos, sin insumos, con hospitales que parecen arrasados como por una guerra, con la Salud entendida como gasto, y no como inversión, ¿cuál puede ser nuestro futuro? ¿Cuántas muertes se necesitan para desactivar esta bomba que ya se cobró seis vidas? Los interrogantes son muchos, las respuestas escasas. Tenemos, eso sí, a los responsables: el Presidente y la Gobernadora, que acepta la política de ajuste que mata a sus conciudadanos, a los que juró proteger ni bien asumió.