Un viaje por la vida del director canadiense que realizó películas como La zona muerta, La mosca,
El almuerzo desnudo y Un método peligroso.
Se crio en un barrio de inmigrantes en Toronto: turcos, italianos y griegos. Su padre era escritor y su casa estaba siempre llena de libros. Paredes de libros: nunca vio las verdaderas paredes de su casa. David Cronenberg, de niño, al comienzo agarraba libros al azar; luego aprendió a orientarse hacia las historias de terror y ciencia ficción. Sus padres querían que fuese lo que desease: si se decidía estudiar ciencias, su padre corría a traerle veinte libros de Bioquímica y se entusiasmaba con la idea. Y si un año más tarde largaba la ciencia, como lo hizo, para comenzar a estudiar Letras, hablaban interminablemente de libros. Por eso no fue extraño que, desde un primer momento, lo apoyaran en su decisión de hacer cine.
Como no había escuelas para ello, su primer acercamiento a la dirección fue muy pragmático. Para entender la tecnología buscó en la Enciclopedia Británica “lente”, “filme” y “cámara”. Se compró unos ejemplares de American Cinematographer. No entendía bien los artículos, pero las publicidades mostraban fotos de máquinas y gradualmente fue entendiendo cómo se hace el sonido y cómo se hace el montaje. Nunca filmó en Cinemascope, no le interesa. Pero no puede concebir que haya directores que no entiendan qué hacen las diferentes lentes: “Yo tengo que decirle a mi camarógrafo qué tipo de lente quiero. Él no puede decírmelo a mí. Si uno no tiene una comprensión técnica de por qué algo se ve de determinada manera, nunca podrá pensarlo de forma diferente”.
Para David Cronenberg, el arte es subversivo respecto de la civilización. El arte se dirige básicamente al inconsciente. Desde el primer momento en que hay tiempo para algo más que para sobrevivir se crea el arte. Dice que sus películas son subversivas porque sugieren realidades distintas de las que normalmente se aceptan como tales. Sus obras son la insistencia de que esos otros estados mentales son igualmente reales. Obsesiones a las que ha dado forma artísticamente de una manera muy trabajada y personal, lo que le ha valido el nombramiento de Caballero de las Artes y las Letras por parte del gobierno de Francia; o la Carroza de Oro del Festival de Cannes por el conjunto de su obra.
“Parezco normal porque estoy loco”
En el primer largometraje de Cronenberg, Shivers, un científico cree que los humanos modernos se han vuelto demasiado intelectuales, distanciándose de sus impulsos primarios, y crea en su laboratorio un parásito que es “una combinación de enfermedad afrodisíaca y venérea que, con suerte, convertirá al mundo en una hermosa orgía sin sentido”. Al final de la película, los infectados se dispersan para expandir la enfermedad por toda la ciudad y, tal vez, el mundo entero. Desde entonces, 1975, todas las películas de Cronenberg transcurren en escenarios distópicos. Por lo cual no sorprendería que, a sus 78 años, estuviera imaginando una historia para ambientar en estos tiempos de pandemia.
Puede tratarse de científicos alterados por un experimento y que se fusionan genéticamente con un insecto, profesores que despiertan de un coma y descubren que han desarrollado poderes mentales, o seres presos del mundo obsesivo del dinero. A través de la fantasía, aparentemente delirante, Cronenberg traza diagnósticos de la realidad.
Hay un malentendido acerca de los científicos en sus películas. Algunos creen que los demoniza, pero en realidad los trata como si fueran artistas. Son sus héroes. Hay una paradoja en el modo en que lo ve la gente. En el trato directo es un hombre normal y agradable: le gusta la gente, es cálido, amistoso, sociable. Pero, por otro lado, cuenta en sus películas historias horribles, enfermas, grotescas, repugnantes. ¿Cuál es la verdad?. Él dice que ambas cosas son ciertas: “Esas dos partes están inevitablemente unidas. Parezco normal porque estoy loco”.