CULTURA

Ana Emilia Lahitte, emblema de la poesía de La Plata

Fue poeta, docente y una extraordinaria divulgadora de la literatura argentina tanto dentro del país como en el exterior. Un referente obligado de nuestra ciudad.

Interés General

05/07/2022 - 00:00hs

Fue autora de más de una veintena de libros que le valieron reconocimientos del Fondo Nacional de las Artes, PEN Club Internacional, Fundación Argentina para la Poesía, Premio Nacional de Poesía, Premio Konex, etc. Guiada por su abuela Teresa, de niña encontró en los libros la forma de convivir con la soledad. Esa criatura sola, rodeada de personas mayores, descubrió que en la aparente irrealidad de la literatura estaba oculta la auténtica realidad, la que merecía ser develada. Así, inauguró un diálogo secreto que solo cesó el 10 de julio de 2013, cuando murió en La Plata, esa ciudad a la que amó durante sus 92 años de vida.

Nació en nuestra ciudad el 19 de diciembre de 1921. Fue escritora, periodista, docente, funcionaria, asesora y coordinadora cultural, becaria de la OEA en México y del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, fue directora del Centro de Documentación e Información Pedagógica de la provincia de Buenos Aires, asesora literaria de Radio Universidad Nacional de La Plata, secretaria técnica del Departamento de Teatro de la Escuela Superior de Bellas Artes, jurado de premios provinciales, nacionales y extranjeros, ejerció labores por toda América Latina, pero su centro de gravedad fue siempre la ciudad de La Plata.

En la adolescencia comenzó a escribir poesía: “Jamás integré un grupo determinado, ni me integré a influencia alguna. Una total privacidad me defendía. Recuerdo que sufrí horrores cuando, sin mi consentimiento aunque con las mejores intenciones, me dieron la sorpresa de publicarme uno de mis primeros poemas, Lluvia. Conservo los recortes de las críticas que sobrevinieron, los primeros premios y una serie de testimonios, ya históricos, que documentan el bautismo de fuego de una no buscada proyección hacia un terreno ajeno a la intimidad de mi mundo verdadero”. En los años 40 no había publicado aún su primer libro, pero su nombre ya comenzaba a circular por los corrillos literarios. Inició una gira que la llevó a Tucumán y a Salta, donde la presentó, en un acto casi académico, Raúl Aráoz Anzoátegui, hijo del por aquel entonces gobernador de la provincia.

A partir de Los abismos y Los dioses oscuros, publicados en 1978 y 1980, respectivamente, quedan atrás el soneto, el romance, la coherencia armoniosa, y surge el pulso arduo de la belleza herida, su denuncia testimonial, su universalidad a ras de tierra.

Decía que “solo el poema pronuncia su misterio”. Para ella, la poesía es guarida, morada, templo, batalla, oración, horizonte, ceguera, revelación, abismo: “Podríamos escribir páginas enteras y siempre quedaría, en los diccionarios, tanto vocablo pendiente. Evidentemente, la globalización no se atreve a aproximarse siquiera a la privacidad que cada ser humano otorga a la poesía, aun cuando ignore que la habita. Es, sin duda, una de las más delicadas experiencias pendientes que solemos llevarnos, sin saberlo”.

Tenía una voz propia diferenciada, una identidad marcada por el talento. Y durante muchos años llevó adelante en nuestra ciudad un taller literario para que los poetas platenses pudieran encontrar su propia voz, incentivando la lectura de los grandes autores contemporáneos. No daba consejos ni mensajes: “La individualidad de cada creador resulta intransferible y cada cual proyecta nuevos códigos. Solo perdurarán los que tengan talento, y ese ingrediente escapa a todas las definiciones”.

Tuvo una preocupación constante por difundir la poesía producida en La Plata. A finales de 1962 publicó Veinte poetas platenses contemporáneos; en 1975 hizo una antología de la obra poética de Roberto Themis Speroni; y 20 años después publicó Cinco poetas capitales: Ballina, Castillo, Mux, Oteriño, Preler. Solía ser visitada en su departamento de calle 53 entre 10 y 11 por jóvenes que les llevaban sus escritos para que ella vaticinara si en esos textos primerizos podía leerse un destino de poeta. A todos abrió la puerta.

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