Joya de la botánica moderna, este ejemplar de agathis dammara es uno de los grandes atractivos del Parque Pereyra Iraola.
Ubicado en el corazón secreto del Parque Pereyra Iraola, el “Árbol de Cristal” es uno de los grandes símbolos de nuestra región. Científicamente nombrada como agathis dammara, esta meta de caminantes y buscadores de tesoros naturales es una joya de la botánica moderna cuyo origen hay que rastrear entre Malasia y Oceanía. La gran pregunta es: ¿cómo llegó hasta aquí? Y, ¿por qué se lo llama Árbol de Cristal?
La especie fue introducida a mediados del siglo XIX por Leonardo Higinio Pereyra Iraola, que trajo doce ejemplares desde el Archipiélago Malayo. De aquella tanda, sólo dos alcanzaron su completo desarrollo y la madurez, y únicamente este ejemplar consiguió sobrevivir hasta nuestros días. Por esa razón, la Legislatura bonaerense concibió la ley 11.341 en 1998 para declarar como “Monumento Natural” al Árbol de Cristal. Tanto por su historia, como por su valor estético y por tratarse del “único ejemplar vivo en la República Argentina”.
“Más que apodo, es el nombre vulgar o nombre vernáculo”, dice Néstor Bayón, titular de la cátedra de Sistemática Vegetal de la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales y director del Jardín Botánico y Arboretum Carlos Spegazzini. “Hay más de una explicación con respecto al nombre. Yo conozco dos: una tendría que ver con lo visual y otra con lo auditivo. La explicación visual tiene que ver con que el tronco presenta resinas en su corteza, que en noches con luna brilla. La auditiva se relaciona con la consistencia de las hojas, que son coriáceas y al caer hacen un sonido que se podría asociar al de cristales”.
Así, rodeado de esta carga natural y simbólica, se ha constituido en una suerte de enigma para los platenses. Si bien casi todo el mundo ha escuchado alguna vez hablar del árbol, buena parte de los vecinos no sabe con precisión en qué sector del parque se encuentra ubicado. Por su cuenta o como parte de los grupos de trekking, los caminantes suelen acercarse al ejemplar a través de un sendero en busca de experimentar ese efecto visual, una suerte de epifanía, que se produce en las noches de luna llena. Es decir, en el preciso momento en el que la luz se refleja en la resina -denominada “Copal de manila”- depositada en forma de lágrimas en tronco y horquetas.
“En cuanto a las posibilidad de que crezca acá, no tiene problemas”, dice Bayón. “Se adapta a la perfección”.
Allí, protegido por la fauna silvestre de comadrejas, lechuzas, gatos monteses y zorros, el Árbol de Cristal espera a sus visitantes, con el misterio intacto de su siglo y medio.