Cacho Tirao: un grande de la guitarra que debutó en La Plata
Fue un virtuoso que se formó en la música clásica, pero recién ganó una merecida reputación al incursionar en el género popular.
CULTURAFue un virtuoso que se formó en la música clásica, pero recién ganó una merecida reputación al incursionar en el género popular.
24/07/2022 - 00:00hs
Durante toda su juventud sufrió problemas económicos, por eso muchos suponían que “Tirao” era un apodo. Pero lo que no sabían es que Oscar Emilio había nacido con ese apellido el 5 de abril de 1941 en Berazategui, provincia de Buenos Aires. Comenzó a tocar la guitarra a los cuatro años, estimulado por su padre: “Nací junto a una guitarra. Mi padre era profesor y tenía una academia en Berazategui. Todavía funciona: se llama Instituto Musical Guitarrístico. De él aprendí todo lo que sé.”
Cuando tenía siete años, su padre lo inscribió en un concurso musical que se hizo en una de las radios más escuchadas de esa época: ganó el primer premio. “Cacho”, que así ya le decían por entonces, supo que su suerte estaba sellada.
En 1957, un profesor del Instituto Musical Guitarrístico hizo una nota al director de la orquesta del Teatro Argentino de La Plata, para que le tomaran una prueba a quien había sido su alumno. Cacho tenía dieciséis años. Así debutó como solista de la orquesta. Viajaba todas las semanas a La Plata, con una responsabilidad que también podía llamarse felicidad. Seguía estudiando las posibilidades de la guitarra como si fuera el primer día.
Para acrecentar sus ingresos comenzó a acompañar a algunos artistas populares. La casualidad quiso que en una reunión conociera a Leonardo Favio, quien estaba por grabar un disco. Lo invitó a una sesión, y cuando el director musical Mario Cosentido le consultó cómo haría el arreglo en guitarra, Cacho Tirao se lo mostró. Favio quedó encantado, pero Cacho Tirao se retiró del estudio. Fue a buscar una guitarra de doce cuerdas, por eso Fuiste mía un verano, tiene esa sonoridad tan especial. También participó en grabaciones de Palito Ortega y el dúo Fedra y Maximiliano. “Soy algo así como un obrero de la guitarra. Pero todo esto no me parece desvalorizante; al contrario, me gusta”, explicaba.
La cantante y bailarina estadounidense –nacionalizada francesa- Josephine Baker quedó seducida cuando lo escuchó, y al poco tiempo salió con ella de gira. La ductilidad de Cacho Tirao fue quizá su mérito mayor: “Para mí, limitarme a un solo estilo sería como comer tallarines todos los días”. Esa versatilidad lo llevó a integrar el quinteto de Astor Piazzolla y trabajar también con Rodolfo Mederos, Osvaldo Tarantino y Dino Saluzzi.
Fue Astor Piazzolla quien le dijo: “Mirá, pibe, vos tenés que largarte solo, no tenés que estar más en mi quinteto ni acompañar a nadie”. Cacho Tirao le hizo caso, en marzo de 1971, editó su primer disco Mi guitarra, tú y yo. La relación con Piazzolla siempre fue de mutuo reconocimiento y afecto, por eso, en 1985, volvieron a encontrarse en un escenario, en un concierto que su maestro escribió para orquesta sinfónica, bandoneón y guitarra clásica.
Hizo recitales junto a uno de los mayores guitarristas populares de todos los tiempos, Paco de Lucía, quien le confirmó: “El toque que tienes, lo has sacado de Segovia”. Muchos críticos señalaron que detrás de ese indudable virtuosismo había una gran frialdad. Atahualpa Yupanqui se lo hizo notar en alguna ocasión. “En una emisión de Argentinísima, por Canal 11, Atahualpa Yupanqui me observó: Un gallego diría que tiene usted demasiados dedos en la mano. Eso me afectó mucho y me hizo recapacitar. Entonces cambié y los últimos discos que grabé son pura expresión”, declaró.
La enorme felicidad que le deparó la guitarra quedó definitivamente eclipsada en 1986. Su hijo Gabriel, de catorce años, murió de un de un disparo accidental efectuado por su otra hija, Alejandra, quien había confundido un arma real con otra de juguete. Su vida dio entonces un vuelco. Primero fue a un retiro espiritual a Entre Ríos, luego se hizo feligrés de un templo armenio. Una enfermedad cardiovascular lo dejó hemipléjico. En sus días finales se había hecho fabricar un instrumento que consistía en un diapasón solo, sin la caja, “para practicar y no perder la digitación”, explicó.
En la última entrevista que le hicieron, le preguntaron si extrañaba tocar como antes: “Sí, extraño muchísimo, y a veces me desespero porque no se me mueven los dedos como yo intento. Me tiembla mucho la mano izquierda, a veces quiero tocar una nota y no me sale, toco otra. Tengo que tener paciencia y esperar.”