CULTURA

Martin Landau: los secretos del protagonista de Misión imposible

Trabajó con Alfred Hitchcock, Francis Ford Coppola, Tim Burton y Woody Allen, entre otros, y fue el actor principal de algunas de las series más famosas de todos los tiempos. Su vida está llena de detalles desconocidos.

Uno de sus primeros recuerdos era que le leían Alicia en el País de las ­Maravillas. Le fascinaba el estilo fantástico de las ilustraciones. Fue a estudiar a la escuela de artes y comenzó a trabajar en el New York News como dibujante de ­historietas: “Pero, cuando vi a Charles Chaplin por primera vez, mi vida cambió. Atravesado por el deseo de actuar, terminé por abandonar el dibujo”, recordaría más tarde Martin Landau.

El año que entró en el Actor’s Studio se presentaron 2.000 postulantes para ingresar, pero solo dos fueron aceptados: él y Steve McQueen. Su desempeño fue tan brillante que la escuela lo tomó como profesor. Tuvo entre sus alumnos a Jack Nicholson y a Anjelica Huston. Enseñaba que para el oficio de actor hay que consagrar mucho tiempo y energía.

Hasta 1965 era un rostro anónimo de la pantalla chica. Ese año le propusieron dos protagónicos: el señor Spock de Viaje a las estrellas y Rollin Hand de Misión imposible. Esas actuaciones marcaron el rumbo de su carrera. Misión imposible se estrenó el 17 de septiembre de 1966, y la música que identificaba a la serie fue compuesta e interpretada por un argentino, Lalo Schifrin. En 1969, Martin Landau ganó el Globo de Oro por su actuación en el papel del hombre del disfraz. Según el creador de la serie, Patrick J. White, en su libro The complete Mission: impossible ­dossier, inicialmente Landau rechazó firmar un contrato con los productores porque no quería que la televisión interfiriera con su carrera en el cine, y por ello durante la primera temporada apareció en los créditos como “estrella invitada”, pasando en la segunda temporada a convertirse en miembro del reparto a tiempo completo.

Cansado de la serie, para la cuarta entrega quiso que le aumentaran sensiblemente el sueldo. Fue una verdadera misión imposible. Fue contratado para protagonizar Space: 1999, donde hizo de un astronauta que se encuentra a la deriva en el espacio, cruzándose con seres inmortales, robots y muchos peligros. La serie fue una de las más costosas de su tiempo, en cada uno de sus 48 capítulos se gastaba cerca de 300.000 dólares. La mayor parte de ese dinero se destinaba a vestuario y efectos especiales que, vistos hoy, provocan una sonrisa de incredulidad.

Había ido a Hollywood por seis meses y no pensaba quedarse más tiempo, pero Alfred Hitchcock le propuso un papel en Intriga internacional. Su personaje había sido escrito de una manera bastante simple, fue el propio Martin Landau quien decidió complejizarlo, y lo hizo homosexual.

Paralelamente al cine, siguió haciendo teatro: “Personalmente no establezco una diferencia entre teatro, cine y televisión”, decía. Para actuar en la serie Space: 1999, él y su esposa, Barbara Bain, pasaron cuatro años en Inglaterra. A su regreso, ya estaba catalogado como actor de televisión: “Por suerte, pude continuar filmando y ganándome la vida. Pero como solo me ofrecían filmes malos, pensé en volver a Broadway”.

En 1988 fue dirigido por Francis Ford ­Coppola en Tucker, un hombre y su sueño, película por la que ganó nuevamente un Globo de Oro y fue nominado al Óscar. Un filme basado en la biografía de un empresario que diseña un automóvil innovador y de bajo costo al que bautiza con su apellido.

Cuando Tim Burton lo llamó para proponerle actuar en Ed Wood, en el papel de Bela Lugosi, le dijo: “Usted es mi primera y mi única elección. Sin usted, no hago el filme”. La película se hizo en blanco y negro. Actor y director estaban en la misma longitud de onda: “Tim respeta mucho a los actores. Tan pronto como sintió que yo dominaba el papel, me dio plena libertad”, dijo Landau. Su ­personaje estaba cuidado en todos sus ­detalles. Por ejemplo, se dedicaban dos horas diarias para el maquillaje: “Mi propia hija (Juliet, que interpretó un papel en Ed Wood) se sentía incómoda frente a mí durante los primeros días, porque me veía como a un extraño”.

Siempre fue muy observador: “Cuando tomaba el subterráneo me esforzaba en imaginar, guiándome por la apariencia de los pasajeros, de dónde venían y de qué trabajaban”. Lo mismo hacía cuando leía un guion. Intentaba visualizar el personaje y hacía entrar en acción todos sus sentidos.

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