Cultura

Oscar Hermes Villordo, el poeta que pateó el tablero

El escritor y periodista chaqueño fue uno de los primeros en asumir públicamente su homosexualidad, con libros que le valieron premios, becas y traducciones.

Nuestra identidad cultural es difusa, la perdemos, la encontramos, volvemos a perderla y reaparece. Por eso Oscar Hermes Villordo creía que la última verdad era que sin una literatura propia no podíamos tener un país, porque nuestro territorio no es sino un idioma y sus palabras, aunque a veces le cambiemos el acento. Poeta, ensayista, crítico, periodista y narrador, bautizado “El Negro” por María Elena Walsh, la vida del escritor chaqueño está escrita desde las desventuras que se construyeron por los caminos del hombre y del artista.

Nació en 1928 en los confines de Machagai (que en lenguaje qom significa “tierra baja”), un pueblito que dejó de existir una vez que lo tapó el agua, pero que siempre nombraba y recreaba a través de todo lo que escribía: su paisaje, su vegetación y, sobre todo, su infancia. Oscar se crio como un niño solo, mucho más solo que los niños solos, y su única compañía era el entorno natural: los árboles, los pajaritos, las plantas, el cielo. Su ternura se despertó allí, y cuando tuvo que despedirse de Machagai, el lugar lo siguió en imágenes. En escritores como él, por un mecanismo de la memoria, lo inmediato iba desapareciendo para abrirle paso a sus recuerdos más lejanos.

Oscar Hermes Villordo admiraba a la célebre generación del 40, una de las más valiosas en cuanto al enfoque para consolidar la literatura nacional. El paisaje y la visión de la Argentina fue una de las características más notables que esa generación dejó de herencia; también el reencontrarse con un vocabulario que no es el español y que hunde sus raíces, sin embargo, en la mejor tradición de la literatura española. En palabras de Villordo: “Son muchas cosas hechas con mucha conciencia”. Así surgieron poetas como Juan Rodolfo Wilcock, tan imbuido de la lengua inglesa, francesa e italiana; León Benarós, que en la copla revivificó una forma narrativa autóctona; o José María Castiñeira de Dios, de una gran limpieza en la expresión. Villordo los leyó vorazmente y se convenció, al igual que Borges, que la literatura no podía ser sino un sueño dirigido.

Escribir era su razón de ser, la llama más importante avivada en su interior. Algo que nunca se extinguió. Además de ejercer la crítica literaria y el periodismo, publicó varios libros de poesía como Poemas de la calle, Tenemos la luz y Memoria del olvido. Prologó ediciones de Unamuno, Florencio Sánchez, Nicolás Guillén y Jean-Paul Sartre. Y como crítico, además, se ocupó en múltiples ocasiones de la obra y vida de Mujica Lainez, a través de infinita cantidad de reportajes y reseñas de libros. No obstante, Villordo nunca les tuvo simpatía a los críticos literarios y decía que a ellos en realidad no les interesaba ocuparse de la literatura, sino de ellos mismos. En ese sentido, sentenciaba: “Han hecho una asfixia del comentario literario”.

En 1983, con motivo de la aparición de La brasa en la mano durante la última dictadura cívico-militar, Villordo escribió a propósito de la homosexualidad en la sociedad de los años 50, y como reflexión final les pedía a sus lectores que antes de condenar formas de la marginalidad sexual se tratara de comprenderlas. El libro se convirtió en un fenómeno editorial y llegó a vender más de 60.000 ejemplares. En una entrevista que concedió diez años después, afirmó sobre este best seller: “El juicio puede ser cualquiera, uno puede atraerlo, interesarlo, rechazarlo, aceptarlo, pero que es un hecho de la realidad sexual no lo puede negar nadie”.

Hacia los últimos años de su vida le tocó pasar su trance más difícil cuando se enteró que había contraído VIH. Los plazos empezaron a ser cada vez más cortos y las limitaciones cada vez más grandes. Para Oscar Hermes Villordo significó enfrentarse con un espejo, que más que reflejar la superficie lo atravesaba en lo más hondo de su conciencia. Sin embargo, allí pudo comprender que uno nace en el otro y que por sí solo uno no existe, sino que comienza a existir cuando se ve en el otro. Murió el primer día del año 1994.

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