Arturo Jauretche y la vigencia de un pensamiento político

Sus comienzos estuvieron ligados al yrigoyenismo, le gustaba la mística que el Peludo transmitía en sus discursos, llegando a momentos como éste: “Mañana, pasado mañana tal vez, pero algún día fatalmente, en alguna vuelta del camino argentino los pueblos comprenderán... y, desde la cumbre, midiendo la profundidad del abismo en que nos debatimos hoy, se maravillarán de haber podido ser lo que somos actualmente. Qué importa qué se diga, hoy como ayer, con tal que vayamos... qué importa también que brame la tormenta: todo taller de forja parece un mundo que se derrumba”. Una palabra de esa frase final tendría para Jauretche un sentido fundacional: forja. Precisamente, FORJA –Fuerza Orientadora Radical para la Joven Argentina-, fue la agrupación que creó con Homero Manzi y otros amigos, y que se desarrolló entre junio de 1935 y octubre de 1945, fecha en la que la mayoría de sus miembros se sumó al movimiento que de­sembocaría en el peronismo. La consigna de FORJA era clara: “Tenemos una economía colonial, una política colonial, una cultura colonial: tenemos una Argentina colonial. Queremos ser una Argentina libre”. El entusiasmo militante los llevará a denunciar los negociados fraudulentos y los acuerdos entreguistas en volantes, afiches, cuadernos y discursos esquineros. Sintetizaba Jauretche: “Forja fue una construcción hecha sobre la marcha y puso en evidencia lo que Scalabrini Ortiz llamaba la política invisible y la mano extranjera que manejaba sus hilos”.

Arturo Jauretche estaba convencido que la postración del país se debía a que sus gobernantes habían aceptado de rodillas el “estatuto legal del coloniaje”, cuya expresión más demoledora era el Pacto Roca-Runciman, que articulaba los instrumentos legales para el retorno a la economía dependiente que ya había sido aplicada en 1880.

Jaureche y Perón se encontraron por primera vez una mañana de agosto de 1943 y llegaron a la conclusión que la revolución del GOU se justificaba si significaba el fin de la Década Infame. En los primeros tiempos del peronismo, Jauretche fue una suerte de asesor, luego prefirió mantener una distancia, cultivar un apoyo crítico. El mayor número de los militantes de FORJA que trabajaba sin recursos para el reencuentro con lo argentino, se sintió descargado de un peso superior a sus fuerzas, cuando en 1945 otras espaldas lo hicieron suyo y otras voces con los instrumentos apropiados supieron llevar a la multitud como acción lo que FORJA sólo había llevado como idea.

Era un maestro pese a que nunca se lo propuso ser, se convirtió en uno de los máximos referentes del pensamiento nacional. Calles, agrupaciones, monumentos y universidades dan cuenta de la fuerza de su legado, y de la gratitud de quien intentó despabilar a sus compatriotas refutando una por una las zonceras inoculadas por el poder a través de la educación escolar y mediática, e instando al pueblo para que tome conciencia de sus propios problemas para que los resuelva en función de sus verdaderos intereses.

Supo constatar una práctica habitual: “Los intelectuales argentinos suben al caballo por la izquierda y bajan por la derecha”. Apotegma también aplicado a lo políticos. Y supo desenmascarar, también, otros embustes que hoy día están en auge: “No existe la libertad de prensa, tan sólo es una máscara de la libertad de empresa”. Advirtió al campo popular que hay que evitar las disputas internas cuando se parecen a las de los perros de los mataderos; porque en esos casos, siempre “el abastecedor se lleva la vaca”.

Era nacionalista, pero se distinguía de los tradicionalistas conservadores o de los que pertenecen a un apolillado abolengo: “El nacionalismo de ustedes se parece al amor del hijo junto a la tumba del padre; el nuestro, se parece al amor del padre junto a la cuna del hijo”. Enseñanzas a las que el tiempo no logró mellar en su sabiduría.