CULTURA
Dineromanía
Vivimos en una sociedad en la que algunos no ganan lo suficiente para sobrevivir y otros están obsesionados por la acumulación de ganancias.
Hacer dinero es la principal meta actual: casi todas las actividades son un medio para llegar a él. Desde la agricultura hasta el turismo, la extracción del petróleo o la fabricación de microchips, el deporte o la medicina. Para lograrlo existen tres áreas principales: el sector primario, que comprende la extracción y producción de todo tipo de materias primas; el secundario engloba la fabricación de cualquier clase de objetos; y el terciario, que se define como servicios y reúne actividades tan diversas como los bancos y la enfermería, la literatura y la prostitución.
Hasta fines del siglo XX, más gente vivía y trabajaba en los campos que en la ciudad: la mayor parte cultivaba la tierra o criaba animales. Lo cierto es que cuanto más pobre es un país, más personas trabajan en sus campos; cuanto más rico, menos. En muchos países africanos todavía un 75 por ciento de sus habitantes hace tareas agrícolas; en ciertos europeos o asiáticos no llegan a dos por ciento.
Sin embargo, la agricultura aun produce la base de la alimentación del mundo. La dieta de la gran mayoría de habitantes del planeta se basaba en unos pocos cultivos: arroz, trigo, maíz, papa. Los alimentos se hacen igual que al principio de los tiempos: para tener carne de vaca se cría a una vaca, para obtener harina de trigo se planta trigo. La otra actividad básica para el mundo es la producción de la energía, necesaria para mover los medios de transporte, producir electricidad, calentar y quemar, alimentar las máquinas.
En cualquier caso, el consumo global de energía ha crecido un 30 por ciento en las dos primeras décadas del siglo. Su reparto, como todos, es desigual: la Unión Europea, la más avanzada en la búsqueda de energías blandas, proclamó en 2021 que, por primera vez en su historia, las renovables habían producido más electricidad que las fósiles.
Más allá de la explosión comercial internacional, otro rasgo de nuestra época es el gran cambio en el comercio minorista: en la compra y venta de todos los días. Hasta muy poco antes, la mayoría de las transacciones estaban en manos de las personas. No obstante, ese modelo comenzó a debilitarse con las “grandes tiendas”, un invento anglo-francés del siglo XIX que los norteamericanos llevaron a su apogeo durante el siglo XX, cuando el resto del mundo lo imitó. Se trata de empresas poderosas- algunas incluso fabrican su mercadería- que, por su posición dominante, pueden ofrecer precios mucho menores y deshacerse de la pequeña competencia. Esas empresas se volvieron marcas que se repiten en todas las ciudades, apoderándose del espacio y convirtiendo todos los lugares en un mismo lugar: en sus tiendas se ofrecen las mismas cosas al mismo precio, para beneficio de un mismo propietario.
Como afirmó el escritor uruguayo Eduardo Galeano, los banqueros de la gran banquería del mundo, que practican el terrorismo de dinero, pueden más que los reyes y los mariscales y más que el propio Papa de Roma. Ellos jamás se ensucian las manos. No matan a nadie, se limitan a aplaudir el espectáculo. Sus funcionarios, los tecnócratas internacionales, mandan en muchos países: ellos no son presidentes, ni ministros, ni han sido votados en ninguna elección, pero deciden el nivel de los salarios y del gasto público, las inversiones y las desinversiones, los precios, los impuestos, los intereses, los subsidios, la hora de salida del sol y la frescura de las lluvias.
En ese sentido, el autor de Las venas abiertas de América Latina explicó que los que mandan hoy en día creen que es mejor quien copia. La cultura oficial exalta las virtudes del mono y del papagayo. La alineación en América latina: un espectáculo de circo. Importación, impostación: nuestras ciudades están llenas de arcos de triunfos, obeliscos y partenones. Bolivia no tiene mar, pero tiene almirantes disfrazados de lord Nelson. Lima no tiene lluvia, pero tiene techos a dos aguas y canaletas. En Managua, una de las ciudades más calientes del mundo, condenada al hervor perpetuo, hay mansiones que ostentan soberbias estufas de leña, y en las fiestas de Somoza las damas de sociedad lucían estolas de zorro plateado.