cultura

Claves de una leyenda nacional

Jorge Luis Borges no creía en el éxito ni en el fracaso, pero su obra permanece en lo que se puede llamar gloria literaria.

Interés General

05/08/2025 - 00:00hs

No le costó nada renunciar a las escuelas y a sus dogmas, a las vanidosas figuras de la retórica y a la opinable tarea de representar a un país, una clase o una época. Tampoco le preocupó su lugar en la historia de la literatura, Borges siempre habló de su labor literaria, pero jamás lo hizo a propósito de su “carrera” como escritor: nunca pensó en la literatura como una carrera, sino como un placer. Y en cuanto a la escritura como una necesidad. Vale decir, cuando escribía jamás pensó en el éxito o el fracaso, porque consideraba que esas dos palabras eran completamente ajenas al arte. Por ese motivo, Rudyard Kipling, un escritor al que Borges admiraba tanto, sostenía que el éxito y el fracaso eran dos imposturas: nadie fracaso tanto ni nadie triunfa tanto como cree, todo es relativo. Y, sobre todo, en materia literaria, donde hombres famosos se eclipsan, cuyas obras se pierden de vista y que luego regresan con más fuerza.

Lo cierto es que hay una vieja tradición que propende que los escritores célebres son los destinados a desaparecer y que los otros serán redescubiertos. No obstante, Borges planteaba que un escritor podía ser famoso para sus contemporáneos y ser famoso después. Un caso muy curioso fue el de Miguel de Cervantes, que para sus contemporáneos era simplemente lo que llamamos un best-seller: no lo tenían en cuenta literariamente; para el resto de los escritores El Quijote era un libro que se vendía mucho pero que no tenía valor literario.

Para Borges vivir es escribir. El sujeto sólo existe como motivo del texto, puesto que el hombre no es sino relato, vigilancia de la trama, búsqueda de la exactitud. «En cuanto el relato deja de ser necesario puede morir. Es el narrador quien lo mata, puesto que ya no cumple una función». Borges creía en la igualdad esencial de los destinos humanos, y por eso afirmaba: «Si los destinos de Edgar Allan Poe, de los vikingos, de Judas Iscariote y de mi lector, secretamente son el mismo destino -el único posible-, la historia universal es la de un solo hombre».

A raíz de su obra, se le han reconocido dos tipos de lectores: por un lado, el que defiende la parte orillera de sus relatos y, por el otro, quienes eligen su costado metafísico. Consultado por cómo quería que lo leyeran, simplemente contestó que la lectura justa dependería del texto; hay ciertos textos, por ejemplo, “Sentencia de muerte”, que estuvo hecho para ser leído de un modo metafísico; y hay otros, por ejemplo, “Para las seis cuerdas” o “Milonga para Jacinto Chiclana”, que estuvieron hechas para ser leídas como lo que eran: páginas orilleras.

“Posiblemente- sostenía Borges- yo me he pasado la vida escribiendo tres o cuatro poemas y tres o cuatro cuentos. Pero felizmente no me he dado cuenta de eso”. A veces, después de haber escrito un cuento, Borges comprobaba que ese cuento era esencialmente otro que ya había escrito. Ese otro relato ocurría en un país distinto, en una época distinta, con personas distintas. Pero el cuento era esencialmente el mismo.

Nunca escribió novelas. De hecho, reconoció haber leído demasiado pocas: “Siempre me han costado esfuerzo. Salvo en el caso de Conrad, en el caso de Cervantes. Pero, en general, yo no escribo novelas pero no las leo tampoco. Yo creo que en toda novela es inevitable el ripio. Es decir, que siempre hay partes como conjunciones, como ligaduras”. Cuando era joven , Jorge Luis Borges se mudó a Suiza junto a su familia, donde permaneció hasta los 22 años, y luego retornó a su tierra natal. Pero lo cierto es que Borges nunca pudo vivir en otra parte y se convirtió en una forma de llamar a Buenos Aires.

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