cultura
De manejar tanques de guerra a los libros
Viktor Shklovski fue soldado en la Primera Guerra Mundial pero es recordado por ser uno de los teóricos más importantes de la literatura rusa.
Cuando el soldado Viktor Shklovski trabajaba como instructor de la División Acorazada de la Reserva rusa, en los primeros días de 1917, la revolución era un hecho palpable. La retórica del combate había calado en su alma, una liturgia que se transmitía con los relatos de los tranvías de Píter y en el desabastecimiento de víveres y la descomposición de la moral de la tropa por los desastres militares que sufría en la Primera Guerra Mundial. “Se sabía que estallaría. Se creía que se desencadenaría en cuanto terminara la guerra”, escribió el propio Shklovski. Considerado un hombre de acción y de reflexión, participó en la Primera Guerra Mundial, y durante la Revolución rusa se desempeñó como conductor de vehículos blindados. Una historia que terminó por verse reflejada en su obra.
Shklovski fue uno de los tantos que había celebrado y forjado aquel feroz mundo nuevo y que sin embargo terminó expulsándolo de Rusia. El fogoso Shklovski invocaba el derecho de la revolución sobre la vida de los soldados para insuflar moral (“en aquella época aún no desdeñaba las palabras como las desdeño ahora”). Herido en su abdomen por una bala del ejército enemigo, en la enfermería no le garantizaron sobrevivir. El enfermero que le quitó las botas y la chaqueta le pidió que se las regalara. Muerto no las iba a necesitar. Pero aun no había llegado su hora.
Nacido en una familia judía de origen ruso-alemán, estudió Literatura en la Universidad de San Petersburgo y allí se entusiasmó por la poesía y el arte futuristas, fundando en 1914 la Sociedad para el Estudio del Lenguaje Poético. En las cartas que le enviaba a Elsa Triolet- musa y compañera del poeta comunista Louis Aragon- contaba que, antes de la revolución, sus abuelos vivían en las habitaciones de servicio del Instituto Smolni; su abuelo era jardinero y su abuela sirvienta. El año que murió su abuela el invierno fue terrible: “Siempre tratábamos de detener el otoño y el otoño siempre se iba, pero ese año ni siquiera llegó”, escribió.
En 1922, a raíz de los cambios políticos operados en el interior del régimen comunista, se exilió en Finlandia y después en Berlín, en una etapa literariamente prolífica, aunque muy difícil a nivel personal. Era “la época del poder local y el terror local”. Empezó la jauría. Lo buscaban: “Quedarse en Píter significaba la muerte segura”. Su hermano Nikolái fue fusilado. Logró escapar de su país con documentación falsa. En el exilio, publicó dos novelas, además de varios ensayos. “En un cine, los alemanes hallan divertido que un hombre que cuelga de los pies trate de enderezar su corbata torcida. Todos los rusos nos pasamos la vida tratando de enderezar nuestras corbatas cabeza abajo”, escribió. Y afirmaba, en el mismo tono melancólico, que la literatura rusa procedía de una mala tradición: estaba consagrada a la descripción de los fracasos amorosos, porque el amor en Rusia no era más que una forma de la pena.
La más impresionante de todas sus cartas, dirigida a Triolet, parece un pedido de repatriación dirigido al Soviet Supremo: “Abajo el imperialismo, arriba la hermandad de los pueblos. Si debemos morir, que sea por eso. ¿Es concebible que por esta perla de sabiduría haya tenido que irme tan lejos?”. Fue por intercesión de Maiacovski y Gorki que Shklovski que pudo volver a vivir en la URSS en 1933. Mucho tiempo después, la censura soviética – que nunca entendió una sola palabra de las cosas extraordinarias que escribía Shklovski- terminó concediéndole permiso para publicar un libro breve con la mayoría de sus cartas.
Shklovski murió en Moscú a los noventa y un años. Nunca había vuelto a pisar el extranjero después de aquel regreso de Berlín. Entre sus libros traducidos al español descuellan “Cine y lenguaje”, “Viaje sentimental. Crónica de la revolución rusa”, y las biografías de Sergei Eisenstein y Marco Polo.
