Cultura

Cuando Isabel Sarli eligió a Dalmiro Sáenz

El escritor fue capaz de vencer los prejuicios propios de la intelectualidad de la época y acercarse a la diva y su marido, Armando Bó, para hacer juntos una película.

Interés General

21/08/2021 - 00:00hs

Decía que “Armando Bó es un impostor que se esconde detrás de un escenario”. Aunque no lo parezca, era un gran elogio: “Se pone en sencillo, en tipo que está detrás de la guita y nada más... Y yo creo que no es así. Es el más artista de todos los directores argentinos, si por artista se define a quien tiene inquietud interior. Y pienso que su problema es el de no haber encontrado su lenguaje. Me hace acordar al fotógrafo de Blow-Up, un tipo que está desesperado por hacer y decir cosas, que se desboca y tiene todos los problemas de un artista total, con una tremenda voracidad creadora”. Por eso, el escritor aceptó de inmediato cuando, en 1972, el director de cine le propuso escribir el guion de Intimidades de una prostituta –que por imposición de la censura pasó a llamarse Intimidades de una cualquiera–, película que sería protagonizada por Isabel Sarli, Ricardo Barreiro y Fidel Pintos.

La idea de la película fue de Isabel Sarli. Desde que su marido, Armando Bó, le hizo leer Setenta veces siete, Dalmiro Sáenz se había vuelto su escritor preferido. Por su parte, el autor quería hacer una película con el director para llegar a los obreros, al hombre de campo que recorría muchos kilómetros para ver una película con Isabel Sarli: “Es lo que me falta y necesito. Ese hombre con el que quiero hablar no lee a Cortázar ni a Borges, ni me lee a mí. No lee lo que yo escribo para el microclima de las clases media y alta, donde los escritores debemos cuidar la imagen, mantenernos en un pedestal, sin el idioma que el despotismo ilustrado en que vivimos nos ha negado. Pero ese hombre sí ve las películas de Bó”.

Dalmiro Sáenz era un hombre de agallas, no temía jugarse su prestigio como escritor haciendo películas con alguien tan subvalorado por el mundo intelectual como Armando Bó. Había nacido en el seno de la clase alta, hijo de un contraalmirante agregado naval en Londres. De muy chico se profugó de ese universo fríamente diseñado con jerarquías inamovibles. Anduvo por el norte de Santa Cruz, capando ovejas a la usanza sureña, o sea, con los dientes. Inmundo de tierra y de sangre, veía a Chicahuala, capataz de Los Menucos, cortando con las tijeras de esquilar las orejas dobladas de los corderos, mientras a pocos metros de los corrales, en la cocina, las mujeres freían las tortas o vigilaban los pastelitos de dulce, y los chicos contaban las colas de los corderos amontonadas en un tacho. Luego decidió dedicarse a la vida de marinero. Fue segundo comisario de la ­barcaza San Benito, de Pérez Companc. Allí aprendió a navegar, a reconocer las velas: el perico, el juanete alto, la cangreja, el velacho bajo, la sobremesana... Cuando desembarcó, se decidió a contar todo lo vivido. Así se hizo escritor.

Cuando le preguntaron si Intimidades de una cualquiera podía interesar realmente al obrero, al hombre de campo, contestó: “Al hombre de campo le parece mal que su mujer se satisfaga sexualmente. Pero siente avidez por ver la otra cara de la moneda. Quiero ­descubrir si ese interés existe, a través de la película. Es como en política: está lleno de dirigentes estudiantiles, pero ninguno sabe hablarles a los obreros. Un líder es muy fácil en la universidad; en Villa Lugano no lo es tanto”.

Tanto Dalmiro Sáenz como Armando Bó dieron una primacía al sexo dentro de sus respectivas obras. Decía el escritor: “Armando no es un sexópata; yo lo soy más que él. Pero lo que pasa es que se da cuenta de la tremenda fuerza que tiene el sexo como puente para llegar al gran público”.

Sáenz era inconmoviblemente peronista, enemigo de todo elitismo: “Me doy cuenta de que todos los intelectuales se han graduado de exquisitos y trabajan para sus pares. Los escritores escriben para escritores y no para el público”. Con esa película, Dalmiro Sáenz quiso acabar con esa “grieta”, haciendo confluir a la literatura y al cine en el mismo cauce de lo popular.

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