cultura

Cuando la poesía vence al olvido

El poeta italiano Eugenio Montale creó una obra que mereció el Premio Nobel y la persecución del fascismo.

Interés General

07/10/2024 - 00:00hs

"¡Tu leyenda, Dora! Pero ella está escrita ya en esas miradas de hombres que tienen patillas altaneras y débiles en grandes retratos de oro y regresa a cada acorde que expresa la armónica arruinada en la hora que oscurece, cada vez más tarde”, escribió Eugenio Montale en Dora Markus (1939), uno de los poemas más emblemáticos de la historia del siglo XX. De repente, se convertiría en un enigma a descifrar para sus especialistas, porque entre la montaña de papeles privados que donó a la universidad de su ciudad natal había aparecido aquella foto enviada por su amigo Bobi Bazlen en 1928. El hallazgo desató una fiebre tan fulminante como decepcionante entre los montalianos porque no existía una sola imagen de Dora Markus salvo aquella foto de sus piernas, y no existía un solo dato sobre ella, salvo que era judía, rica, misteriosa, venía de Austria y había logrado embarcarse a América cuando empezaron a regir en su tierra las leyes raciales.

Su afición por la música se reflejaría en muchos de sus poemas y lo llevaría, en su madurez, a ejercer la crítica musical. Obtuvo el título de contador, carrera a la que lo había orientado su padre. Leyó ávidamente, durante su juventud y adolescencia, a los simbolistas franceses. Aprendió francés e inglés sin maestros. En 1917, fue incorporado al ejército y participó en la Primera Guerra Mundial, experiencia que también tendría resonancia en su poesía.

Reconocido con el Premio Nobel de Literatura en 1975 por reflejar la visión de la crisis del hombre contemporáneo, el italiano definía la poesía como “una forma de conocimiento de un mundo oscuro que sentimos en torno de nosotros pero que en realidad tiene sus raíces en nosotros mismos”. A pesar de su compleja sintaxis y de su objetivadora mirada, nunca perdió su conexión con la realidad, quizá porque, como él mismo señalaba, su “punto de partida es siempre la verdad, no sé inventar nada”.

Le fascinaba mezclar recuerdos sobre su infancia en Liguria, donde los pescadores faenaban en costas accidentas, salvajes y bebían el fuerte y dulce vino Sciacchetrà, pero también crónicas de carácter claramente florentino, sustraídos a la vida precaria de lo cotidiano; retratos de mujeres mundanas y hombres de costumbres excéntricas, divagaciones sobre el variado espectáculo de la vida; y páginas que parecen extraídas de un diario de viaje.

Ya en su madurez como escritor, a partir de los años 40, cuando el gobierno fascista, contra el que había firmado el famoso manifiesto inspirado por Benedetto Croce, le cesó como director del Gabinete Vieusseux, una de las bibliotecas y archivos más interesantes de su tiempo, comenzó a escribir como nunca. El conjunto de textos que recoge La mariposa de Dinard, originalmente publicados en la tercera página del Corriere della Sera, y recogidos como libro en 1956, fueron la válvula de escape de un autor para explorar con viveza y sin las restricciones estéticas de lo poético, la pluralidad de paisajes naturales y humanos que se desplegaban ante su sensibilidad.

Montale se había dado a conocer en 1925 con Huesos de jibia, donde estaba casi todo el Montale que conoceríamos desde entonces, el de enorme capacidad de concentración

lingüística, con una admirable precisión expresiva para contrastar lo bello y sus sombras sobre la existencia. A este libro inaugural le siguieron otros como Las ocasiones (1939) y La tormenta y otros poemas (1956). Después, tras un largo silencio de 15 años,

que fue pausa y período de reflexión, culminó en Satura, que se acerca más a un tono realista que se mantiene hasta los últimos libros. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1975.

Cuaderno de cuatro años es el último libro revisado por Eugenio Montale antes de su muerte. En él ya no segmenta los años para realizar las correspondientes divisiones, simplemente se limita a anotar en sus sucesivos poemas el registro de su soledad y puede que de su desencanto. Como él mismo señaló, son “las poesías de un viejo”.

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