Un artista que sufrió persecución y exilio
por ser fiel a sus ideas, pero que sobre
todo conoció el amor de su pueblo y el reconocimiento de sus pares.
Con el pelo llovido, el rostro adusto y un aspecto de adolescente contra el que nada pudo el paso del tiempo, Daniel Viglietti tenía un indisimulable parecido a César Luis Menotti; pero a diferencia del técnico argentino, el cantor uruguayo forjó una trayectoria artística a salvo de cualquier polémica.
Nació en Montevideo el 24 de julio de 1939, hijo de una pianista y un guitarrista; de niño se formó musicalmente llegando a ser concertista de guitarra. A los 24 años editó su primer disco: Impresiones para canto y guitarra y canciones folkóricas.
Su muy temprano compromiso político hizo que conociera la cárcel en 1972, bajo el gobierno dictatorial del ganadero uruguayo Juan María Bordaberry. Una campaña internacional llevada adelante por Jean Paul Sartre, Francois Mitterrand, Julio Cortázar y Oscar Niemeyer, logró que lo liberaran. Se exilio en Argentina en 1973 y, con el advenimiento de la Dictadura en nuestro país, decidió irse a Francia, donde vivió 10 años. Para él, el exilio no fue una experiencia paralizante, sino el desafío de resistir al olvido y defender en tierras extrañas el arte y los sueños de esa región latinoamericana que él siempre soñó Patria Grande. Actuó en muchos países y participó de experiencias muy curiosas, como poner música para una radio alemana a una versión del Popol Vuh (el libro de las tradiciones sagradas de los mayas que los colonizadores buscaron destruir).
Su muy fuerte deseo de regresar recién pudo cumplirse en 1984, ya acabada la dictadura, y fue recibido por decenas de miles de personas. “Fue el concierto más emocionante de mi carrera”, recordaría.
Alcanzaron gran celebridad sus actuaciones conjuntas con el escritor Mario Benedetti, con quien recorrió prácticamente todos los países de habla española con un espectáculo en el que la poesía y la música alcanzaban una simbiosis perfecta, como lo demuestra el disco A dos voces. “Hacemos experiencias en el escenario, música y textos poéticos sin ningún tipo previo de escenificación teatral. Solo dos seres que naturalmente se sientan, uno en una silla para decir lo que piensa y lo que siente, otro en otra para tocar y cantar lo que siente y piensa. Con Eduardo Galeano lo hice muchas más veces porque estamos cerca: yo en París y él en Barcelona; con Mario Benedetti fue con el que más trabajé, y también tuve la gran alegría de poderlo hacer con Juan Gelman. A mí me gusta mucho la poesía, soy un profundo admirador de César Vallejo y no por casualidad mi hijita se llama Trilce”, explicó. También tuvieron gran resonancia en Europa los espectáculos poético-musicales que hizo junto a la actriz Julie Christie, en Londres, y con el actor Jean-Louis Trintignant en París, comunicándose con públicos de otras lenguas con un lector mediador.
Un mundo diferente
La suya era una canción de combate que no sentía vergüenza de la ternura. En Viglietti estaba unido lo que canta la garganta, lo que piensa la cabeza, lo que rasga la mano. “Yo presto mucha atención a la realidad, a un paisaje humano que siempre me ofrece enseñanzas, ya sea de lo bueno o de lo malo. Me siento simplemente un ser humano que trata de comunicarse con los demás, trata de recibir y trasmitir mensajes en un mundo organizado para destruir esos mensajes. El capitalismo los bloquea, los manipula, les cambia el sentido”, afirmaba el autor. Hasta el día de su muerte, 30 de octubre de 2017, siguió cantando esas canciones nacidas de una sensibilidad compartida con los que porfiadamente siguen imaginando un mundo diferente.