En el filo de la noche, no te salvó ni el Chelo Delgado

La crónica de un periodista deportivo de este medio que salió del trabajo y nunca pudo llegar a su hogar, con sorpresas de todo tipo

De alguna manera, estoy bendecido, con trabajo, con salud y con un colega que se ofrece a acercarme en auto hasta mi departamento. “Hacé las últimas cuadras, yo hasta acá te acerqué”, me dice. Caminando percato que olvidé el paragûas (ante tanto trastorno visto y oído, mojarse era nada). En plaza Irigoyen, de 60 y 19, era la gloria pensar en entrar a casa, prender una ornalla, tomar una sopa, descansar… Pero de esas cinco cuadras apenas avancé dos. Me topé con Chascomús, una laguna con oleaje, paisaje nocturno de hombres y mujeres, niños y ancianos, divagando fantasmales. Todos aislados e incomunicados.

La noche más larga, con la esperanza más corta, aunque las voces de un grupo de cuatro vecinos de los veteranos, me daba una pista: “salvo que pase una buena camioneta justo por acá y te arrime, podrías llegar”. No terminaba de oírlo que veo una 4x4 negra que detiene la marcha. Mansita, encaré al conductor, que sin problemas bajó su vidrio polarizado. “Oiga, ¿usted va a pasar?”. Su cara era una que fue tapa de revista El Gráfico. “¡Pero vos sos “El Chelo” Delgado!”. El campeón con Boca, radicado hoy en La Plata, donde en pocos sábados jugará gratis para el querido club For Ever. “No, no paso, no me voy a arriesgar, fijate que allá adelante hay otra camioneta tapada hasta la mitad”. Si Delgado no gambetea este piletón con semejante móvil, qué iba a intentar la heroica... Eran las 23.45. Y recordé la provincia de donde es oriundo este ex delantero mortífero, Santa Fe, que hace diez años atrás sufrían lo que hoy los platenses, sufrientes todos de las propias macanas humanas.

Pienso en Dios como consuelo, y me digo en voz alta que si es bueno, no puede hacernos esto. Pero buenos-buenos, tipos sanos… ¿cuántos quedan? El amor genuino de una madre, tal vez, como la de un amigo que le dice a su hijo radicado en España: “no pasa nada, hijo, es como si hubiese baldeado”.
A la casa de mis parientes tampoco puedo llegar. ¿Y los amigos, esos verdaderos políticos en el arte de no dejarte a pie? No disponibles, los tres más fieles me podrían escuchar y dar cobijo, pero no, tienen portero y sin luz sigo en “orsai a medianoche”. Tal vez al lado del sereno del Hospital de Niños, que tenía que cruzar hacia La Cumbre, pero en 7 y 32 se quedó dormido con la moto a esperar el alba… en un campamento que mezcla a las clases sociales, como en el fútbol, pero con un solo resultado para todos: derrota y ya en el descenso.

Tengo que seguir

Solitario entre el mundo y por las veredas viejas, decido seguir caminando. La madrugada invita más a la reflexión: entre pares, seres humanos, reafirmamos que el infierno está aquí, en el paso a paso, en el sálvese quien pueda.

Por allá divisé un micro Oeste, estacionado en Plaza Moreno, “a punto de salir”. Corriéndolo a la velocidad de un rayo, suspiraba que “me dejaría cerca de mi madre”, más allá la inundación. La respuesta del primero que está en el estrido, es insólita: “este bondi está por salir desde las seis de la tarde, iría destino por 44 hasta Etcheverry, pero no salimos, porque no tenemos salida”.

Hablando de choferes, uno de la 273 esperó este 3 de abril como el gran día en que sus vacaciones daban comienzo, y de alguna manera ese señor las tuvo… apareció en medio de un inmenso océano, sentado sin mover un pelo… pero junto al volante. Allí batió un récord, varado en el Distribuidor, donde quedó desde las 18 del martes hasta las 18 de ayer. Horas extras…

Camino y piedra, es mi destino, el reloj me marca las horas más tristes. No hay tango que describa esto, que consuele. La ciudad ennegrecida. Debajo de un misterioso cielo que enmudece aún más luego de haber descargado tensiones y con aspecto de seguir enojado… Llovizna y ya son las dos. Ni de mi hermana consigo anclar, pero a abrirme unas cuarenta cuadras. Y de repente, me hallo frente al banco Nación, en 48 entre 6 y 7, donde las puertas del cajero están abiertas de par en par… Señal que el dinero no puede ni podrá solucionar temas esenciales en la vida.

Después, cruzo la plaza San Martín con el coraje de quien atraviesa de noche un cementerio. Da miedo. Como a esas pibas de 15 años, supuestamente de un equipo de vóley, que caminaban apuradas conjeturando que “en cualquier momento empezamos a correr porque debe estar lleno de chorros, así que, amigas… ¡no hay desgarro que me frenen”, arengó una.

Salvo esas tres camionetas de infantería, no se ven policías. Tampoco se ven líderes que asistan. Las emociones negativas gobiernan a todos. Ahora entiendo el trabajo que realizan los de “Sumando Voluntades”, con la gente de la calle. Este país está en Sudamérica, y desde hace centenares de años no se toman previsiones.
Una mujer flotando. Gente descalza. Un puestero de la terminal se aviva y sube los precios. Llueve sobre mojado, y cada cual por su lado. Pero sé que algún ángel va a aparecer a estas horas.

El final es donde partí: el diario. Allí los últimos en cerrar la edición que no llegó a salir, Gastón y Marisol, se disfrazan de padres y me dan el cobijo hasta que vuelva la claridad. Al despertar, los volví a despedir hasta dentro de unas horas, cuando en el trabajo volviésemos a escribir páginas nuevas con temas viejos.