Erskine Caldwell, el escritor que puso al desnudo el racismo en Estados Unidos

Fue uno de los mayores escritores norteamericanos. Pobló su literatura de personajes marginales que el poder quería esconder bajo la alfombra.

Interés General

31/10/2022 - 00:00hs

Hijo único de un pastor de Georgia, Estados Unidos, Erskine Caldwell supo desde temprana edad que estaría dispuesto a ganarse la vida como escritor. Había recorrido todo el sur de su país, donde los negros vivían en la miseria absoluta y los blancos sin empleo se descargaban linchándolos. Esos serían sus principales personajes. También las prostitutas, los predicadores ambulantes y los vendedores de ilusiones estuvieron en su foco. La literatura norteamericana no lo aceptó con facilidad: el lenguaje de esos personajes era “sucio” y “desmedido”. Por eso no sólo las ligas de la moral, sino también los críticos del mundillo literario destrozaron sus primeros libros.

Algunos lo consideran a Caldwell en la nómina de los mayores escritores del sur de los Estados Unidos, y otros anotan su nombre entre los cinco grandes que emergieron antes de la guerra: Steimbeck, Dos Passsos, Faulkner y Hemingway. Lo cierto es que la grandeza de algunos de sus libros es irreprochable, pues nunca propendió a eludir dificultades, sino a imponerlas. No obstante, algunos criticaron su desparpajo, su estilo directo y su humor corrosivo. Aunque no pudo ser Premio Nobel, en 1984 ingresó finalmente a la Academia de Artes y Ciencias de los Estados Unidos y eso le significó un prestigio intachable.

Su historia solo cabe en el sueño de los niños desdichados. Caldwell escapó de su casa a los 14 años y durante ese tiempo vivió la vida errante de tantos advenedizos y saltimbanquis. Fue obrero en una serrería, recogedor de algodón, futbolista, periodista en el Atlanta Journal e incluso, para sobrevivir, llegó a ser contrabandista. Con el dinero ahorrado, cursó estudios -que no terminó- en la Universidad de Virginia, y poco después contrajo matrimonio con Helen Lannigan. Sin embargo, nunca se aproximó tanto a la literatura como en esa época: decidió entonces marcharse a Maine y escribir durante siete años antes de ver publicada su primera novela en 1929, titulada El bastardo, la que fuera inmediatamente prohibida. La causa de esa fulminación nunca estuvo clara, muchos piensan que fue por su título.

El inolvidable novelista Scott Fitzgerald despreciaba los primeros libros de Caldwell, a quien tildaba de hijo bastardo de Ernest Hemingway y Morely Callagham: “Me da la impresión de fracasado”, escribió en una carta de mayo de 1932. Pero años más tarde, después de leer La chacrita de Dios -que tuvo una adaptación teatral que duró siete años y medio en la cartelera de Broadway-, empezó a admirarlo y a creer que era uno de los más grandes autores que había leído. Por su parte, Osvaldo Soriano reconoce que los pincelazos gruesos de Caldwell enseñaron a toda una generación muchos secretos de la escritura, por ejemplo, la construcción, la arquitectura de un relato. Y sobre todo, el arte del diálogo.

El camino del tabaco, quizás la mejor novela de Caldwell, apareció en 1932. Inspirada en la pobreza que vivió en carne propia en los campos del sur de Georgia, cuenta las peripecias de una familia analfabeta que diariamente padece la penuria atroz de un entorno de privaciones, bajo la autoridad del padre, Jeeter Lester, un hombre sin escrúpulos y de una soberbia amenazante. Aunque, en un principio, se subrayó de Caldwell la “incapacidad para construir una trama coherente”, su novela finalmente se consagraría en el cine en un film dirigido por John Ford e interpretado por Charley Grapewin y Marjorie Rambeau.

Aceptar las debilidades

Cuando murió, a los 83 años, llevaba publicados 55 libros.

En su autobiografía, Call it experiencie, publicada en 1951, escribió: “La perfección en la escritura se alcanza muy raramente; y, por mi parte, no tengo muchas ganas de hacer el intento de mejorar una historia ya publicada con correcciones de última hora. Tampoco quisiera revivir mi existencia para rectificar los errores cometidos. Acepto mis propias debilidades; mis textos y yo mismo debemos existir con todas nuestras imperfecciones hasta el fin del tiempo que nos ha sido acordado”.

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