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Gladys Marín, un símbolo chileno de la lucha por los derechos humanos

Fue una mujer entregada a la lucha política y a la profundización de la democracia. Fue la primera que estuvo al frente de un partido político en su país.

Interés General

10/02/2023 - 00:00hs

A lo largo de su vida, Gladys Marín sostuvo una inclaudicable posición política. Tenía una mirada directa, sonrisa fácil y, sobre todo, expresión decidida. Fue una dirigente chilena extraordinariamente vital. Incluso, los estudiantes la paraban para decirle cuánto la admiraban a pesar de que estuviesen distantes políticamente de ella. El día de su muerte, el 6 de marzo de 2005, más de medio millón de personas se congregaron para despedirla, bajo la mirada horrorizada de las clases altas.

Gladys del Carmen Marín Millie nació el 16 de Julio de 1941 en la Ciudad de Curepto, en la VII Región, cerca de Curicó, Chile. Su madre, Adriana Millie, era profesora de primaria y una mujer muy luchadora. Su padre, Heraclio Marín, un humilde campesino. Un día él se marchó y su madre debió hacerse cargo de criar a sus cuatro hijas. Cuando Gladys cumplió 4 años, la familia emigró al pueblo de Sarmiento y más tarde a Talagante y Santiago, donde empezó a asistir a la escuela: “Siempre es muy triste desprenderse de un lugar y otro, pero también pienso que eso me sirvió para la vida que vendría”.

En Santiago vivió sola de niña. No era fácil para estudiar, aún eran muchas las barreras patriarcales y clasistas. No obstante, Gladys se inscribió en el profesorado en la Escuela Normal 2 y allí comenzó a militar en el movimiento estudiantil. Había un compañero que ella admiraba profundamente, Rosendo Rojas, quien la impulsó para que se uniera a la militancia y la ayudó a dar un paso definitivo de su vida. En esa época, los estudiantes estaban conmovidos por la irrupción volcánica de la Revolución Cubana en el continente; lo que había sucedido en la isla era un desafío increíble al Imperio. Un David contra Goliat eternamente: “Cuba era para nosotros algo así como saber que era posible la revolución, que los sueños eran alcanzables”. En ese sentido, Gloria descubrió en Fidel Castro a un dirigente de enorme fuerza, principios y valores, con una incomparable capacidad de transmitir y conmoverse con todo lo humano.

Durante la década de 1960, Gladys fue presidenta de la Federación de Estudiantes Normalistas que luchaban contra los antiguos criterios de la enseñanza; la militancia la llevó a las poblaciones donde la pobreza la hacía rebelarse cada vez más. En esos años, fue convocada como dirigente del Comando Juvenil de Salvador Allende. Ya sabía lo que era trabajar en la ilegalidad; haber sido víctima de la tristemente célebre Ley de la Democracia, a la que llamaban todos “Ley Maldita”, impuesta por el expresidente Gabriel González Videla. Sin embargo, ese tiempo sería inolvidable: “Nada enseña más que trabajar junto al pueblo y estar allí participando activamente, no llegando con un discurso vacío, hueco, distante. Peleábamos juntos, caminábamos la tierra juntos. Eso era militar políticamente”.

De todo ese mundo nació la Unidad Popular, la coalición oficialista del gobierno de Allende. Según Marín, ese momento de Chile había sido único, inolvidable y de una gran belleza. El 11 de septiembre de 1973, el día del golpe de estado encabezado por el general Augusto Pinochet, Gloria ya tenía dos hijos y había vivido muchas experiencias políticas, incluso como diputada. Muchas veces describió el golpe como un viento inacabable de terrores: la voz terrible de Pinochet ordenando bombardear el Palacio de la Moneda, la muerte por las calles, una pesadilla de la que no se iba a salir rápido.

Durante el exilio, Gladys se dedicó a la solidaridad con Chile, a recolectar testimonios y denunciar las atrocidades que se estaban cometiendo. En 1978, regresó clandestinamente a su país, poniéndose al frente de las tareas en el interior. Finalmente, en 1994, asumió la Secretaría General del Partido Comunista y se convirtió en la primera mujer en la historia de Chile al frente de un partido. Su vida era la lucha, pero también la alegría. Durante un reportaje, explicó qué anhelaba para su tierra: “Creo que los pueblos deben estar preparados para enfrentar y resistir al fascismo totalitario. Debe ser asumido por todos los pueblos. Nosotros somos los que debemos dar ejemplos de dignidad frente a los debilidades, dobleces y subordinaciones. Debemos imaginar un socialismo luminoso”.

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