CULTURA

Historia de algunos inventos argentinos

El ingenio José Biró ha sido reconocido a lo largo de la historia por la creación de la birome y otros numerosos inventos que dieron la vuelta al mundo.

Interés General

19/07/2022 - 00:00hs

Ya había inventado un modelo de pluma fuente, una especie nueva de lavarropa y un vehículo electromagnético, cuando el 10 de junio de 1943, Ladislao José Biró, un ciudadano húngaro residente en Buenos Aires, patentó la birome. El precio de las primeras biromes las hacía incomprables para el argentino medio –entre 80 y 100 dólares-. Pero, al poco tiempo, suscribió un contrato de producción con una firma norteamericana por dos millones de dólares y la birome se difundió por todo el mundo con una rapidez fulminante.

Desde que se otorgó la primera patente argentina (en diciembre de 1866) a un procedimiento para “la conservación de cueros, lanas sucias y sebos”, los inventores argentinos tuvieron que vencer muchas dificultades, en particular el desinterés de empresarios y funcionarios que, ya en 1890, sacaban de sus casillas a Rafael Hernández, hermano del autor del Martín Fierro, quien concibió diversos procedimientos para elaborar tejidos con fibras argentinas y un nuevo sistema telegráfico luego aplicado en los Estados Unidos. Ya en ese entonces, el país norteamericano industrializaba el 80% de sus invenciones, a diferencia de la Argentina, cuyo promedio de industrialización de inventos no sobrepasaba el 5%.

En 1833, el entonces jefe de la oficina de patentes de los Estados Unidos declaró a un colega: “No creo que se puedan hacer más inventos; esta oficina está rebosando ya”. Sin embargo, solo en ese país, se patentaron desde esa fecha más de cinco millones de artículos novedosos. Es que la inventiva humana no se detiene, y las crisis no hacen más que estimularla.

Desde 1866, cuando por disposición de la ley 111 dictada dos años antes (durante el gobierno del general Mitre) se creó nuestra Oficina de Patentes, dependiente de la Dirección Nacional de la Propiedad Industrial, en nuestro país se registraron decenas de miles de invenciones. El 4 de octubre de 1866 se nombró comisario a Daniel Maxwel y subcomisarios a los ingenieros Carlos Enrique Pellegrini, padre de quien después sería senador y presidente de la República, y Tomás Allen. Luego, durante la gestión de Domingo Faustino Sarmiento, se incorporó la oficina al Ministerio del Interior y volvió a tener autonomía el 30 de noviembre de 1870.

Con maníaco orgullo localista se suele decir que el colectivo es un invento argentino. Ya en 1820 transitaban por las calles de Londres buses impulsados a vapor. Nuestro país apenas estaba empezando a existir. Pero un siglo después, hacia finales de la década del 20, los taxistas levantaban en el trayecto a distintos pasajeros con el doble propósito de abaratar los costos y cubrir la demanda de transporte. Las unidades destinadas a tal fin tenían un distintivo en su parabrisas.

Un país tan futbolero como el nuestro no podía abstenerse de aportar algo original para ese deporte. El 11 de marzo de 1931, en Bell Ville, Córdoba, tres descendientes de italianos, Romano Luis Polo, Antonio Tossolini y Juan Valbonesi, patentarían la pelota sin tiento, bautizada con el nombre de “Superball”; atrás quedaban los balones que al picar rebotaban para cualquier lado.

En 1914, el farmacéutico José Antonio Brancato, en base a goma tramacanto, colorante y perfume, elaboró un producto que se presentaba en envase de vidrio, de aspecto gelatinoso, que se comercializó con el nombre de “gomina”. Los peinados a la gomina eran una muestra de la elegancia masculina, cuya popularidad se extendería cuando se convirtiera en uno de los signos distintivos de Carlos Gardel. Posteriormente, una firma francesa piratearía la fórmula para comercializarla exitosamente en Europa.

Algunos de los personajes del escritor y periodista Roberto Arlt están obsedidos por el sueño de ser inventores; el propio autor de Los siete locos y El juguete rabioso en 1942 patentó “un nuevo procedimiento industrial para producir medias de mujer cuyo punto no se corra”.

El magiclick y las rueditas

En 1963, un argentino, Hugo Kogan, director de diseño de una empresa dedicada a la fabricación de electrodomésticos, patentó un producto que encendía una llama con solo pulsar un botón, y cuya utilización desde entonces mantuvo una gran popularidad bajo el nombre de “magiclick”.

Por otro lado, en 1970, Bernard Sadow, un ejecutivo de una empresa de maletas y abrigos estadounidense, desatornilló cuatro ruedas de un mueble y las fijó a una maleta con ayuda de una correa. “Le dije a mi mujer: ¿Sabes? Esto es lo que necesitamos para el equipaje”, dijo décadas después en una entrevista para la CNN. Sin embargo, lo que pocos saben es que, muchos años antes, una argentina, María Viton, había inscripto la patente a su nombre.

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