Tenía tanto talento para el drama como para la comedia, pero la marca que dejó en la historia de Hollywood fue haber puesto en primer plano las tribulaciones del hombre promedio.
¿El individuo gris que sobrevive como puede a la maquinaria cotidiana puede verse reflejado en Hollywood? Jack Lemmon demostró que sí. Nunca hizo de héroe, sino de personajes que encarnaban la fragilidad humana. Eso lo volvió próximo, entrañable. Podía ser el saxofonista apocado apabullado por la belleza de Marilyn Monroe de Una Eva y dos Adanes o el padre desesperado que busca a su hijo en el Chile ensangrentado de la dictadura pinochetista, en Missing, la película que le valió la Palma al mejor actor en el Festival de Cannes 1982.
Actor atípico, en la década del 40 egresó de la prestigiosa universidad de Harvard y, casi al mismo tiempo, su nombre ya destellaba en las marquesinas de los teatros de Nueva York. Un buscador de talentos lo llevó a Hollywood, donde debutó a los 29 años en La rubia fenómeno. Pocos años después, se llevaría un Oscar al mejor actor secundario por su interpretación del alférez Pulver en la película de guerra Mister Roberts. Pronto se luciría también en la comedia en Sortilegio de amor, compartiendo elenco con Kim Novak, Piso de soltero, Irma la dulce —en la que tuvo como partenaire a Shirley Mac Laine—, pero, sobre todo, de la mano de Billy Wilder, llegaría a la cumbre en 1959, con Una Eva y dos Adanes.
Con Walter Matthau, hizo una suerte de revival de El Gordo y el Flaco en Dos viejos gruñones, dos vecinos cascarrabias que durante cincuenta años parecen no tener otro objetivo que molestarse recíprocamente. Lemmon y Matthau fueron una dupla legendaria, hicieron juntos diez películas. Dijo Matthau en 1994: “Somos un viejo matrimonio. ¿Por qué deberíamos competir? Él es pequeño y dulce y yo soy grande e imponente”. Uno de los reyes de las comedias musicales de Broadway, Neil Simon, lo hizo componer un insoportable hipocondríaco en Extraña pareja, éxito que se repetiría con el personaje paranoico de Prisionero de la Segunda Avenida.
Jack Lemmon dijo alguna vez que la película más importante de su vida fue Días de vino y rosas, dirigida por Blake Edwards, en la que interpreta a un dipsómano que arrastra a su esposa —abstemia— al barranco sin fondo del alcohol. Sabía lo que estaba haciendo, había tenido una vida muy triste, signada por las borracheras de su padre. Dijo entonces: “El alcohol es una esclavitud de la cual hay que liberarse cuanto antes”.
La única estatuilla al mejor actor protagónico que consiguió alzar fue por Sueños del pasado, un hombre capaz de desafiar todos los límites con tal de sobrevivir. Su primer Palma de Cannes lo obtuvo por El síndrome de China, una película que anticiparía la catástrofe nuclear de Three Mil Island.
Entre sus últimas actuaciones descuellan su interpretación de Jack Ruby —conocido por asesinar el 24 de noviembre de 1963 a Lee Harvey Oswald, acusado del asesinato de John F. Kennedy—, personaje que compuso para la película JFK, de Oliver Stone. Pensaba que el cine había cambiado por completo en los últimos 40 años: “Se hace difícil filmar, porque una película cuesta en promedio 30 millones de dólares, y eso sin muchos efectos. No me gusta que cada vez se dé más importancia a los efectos especiales en vez de las relaciones humanas. Se dejan llevar por la violencia y el sexo de manera exagerada, pasan a representar un papel principal. En este momento atravesamos una larga serie de películas supertaquilleras donde vuelan cabezas, automóviles y edificios”. Decía que, a medida que iba envejeciendo, aprendía más sobre su oficio y sobre la condición humana: “Descubrí que me río cada vez menos con los chistes y que lo que realmente me atrapa es aquello que revela la conducta humana. Lo bueno es encontrar el lado cómico de nuestras pequeñas tragedias”.
Tres años antes de su muerte, compitió por un Globo de Oro, quien resultó ganador —Ving Rhames— se lo entregó a Lemmon por considerar que era él quien lo merecía. Murió el 27 de junio de 2001 y fue enterrado muy cerca de su amigo Walter Matthau. Como si anunciara una película, su epitafio dice: “Jack Lemmon in”.