Fue el pianista que más veces acompañó al mayor cantante de la historia del tango. Pese a que triunfó artísticamente en Europa, nunca olvidó La Plata, ciudad a la que volvió para su último descanso.
Su padre trabajaba en el puerto de La Plata. Sus compañeros siempre lo recordaban tarareando algo. Y cuando nació su hijo, Juan Cruz Mateo, en la Navidad de 1904, hubo más razones para que la música no faltara en esa casa. El niño siempre estaba estudiando algún instrumento, podía ser violín, violonchelo o piano. También hacía dibujos que quedaban desparramados por toda la casa. Al principio estudió con una profesora de Música del barrio, pero al poco tiempo sus padres decidieron que estudiara música en el conservatorio Santa Cecilia y dibujo en Bellas Artes.
Aquella noche de primavera de 1918, en el Teatro Cine París, que estaba en avenida 7 entre 47 y 48, se había agolpado toda la familia, junto a vecinos y compañeros de trabajo, para ver a Juan Cruz Mateo debutar como violonchelista en la orquesta de “Ramito”, como se conocía al director de orquesta Ángel Eladio Ramos. Un año después, recién cumplidos los 15, alternaría piano, violín y bandoneón en el conjunto de Ponciano García.
A los 20 años ya tenía un público adicto que iba a verlo todos los fines de semana a diagonal 80 entre 49 y 50, donde funcionaba el Cine Bar Colón. Su fama llegó a Buenos Aires, y varios locales nocturnos del centro porteño se interesaron por contratarlo.
En 1931 se fue a tentar la suerte a París, donde el tango estaba haciendo furor. De inmediato consiguió trabajo, se casó y tuvo una hija. En un cabaret parisino fue que Carlos Gardel lo escuchó por primera vez. Esa misma noche le pidió que se sumara a la orquesta, de la que Juan Cruz Mateo llegaría a ser director. Participó como pianista en tres de las cuatro películas que Gardel rodó en Francia: Espérame, La casa es seria y Melodía de arrabal. Su presencia musical fue fundamental en todas las grabaciones que hizo el morocho del Abasto en 1932. Fue el encargado de la orquestación en varios clásicos, como Melodía de arrabal, Criollita de mis amores y Recuerdo malevo.
Siempre regresaba a La Plata y, cuando formó el Trío Buenos Aires –que tuvo un éxito arrollador en España–, junto a Rafael Iriarte y Juan Carlos Marambio Catán, tocaba por un caché mucho más bajo que lo habitual en aquellos lugares que le dieron la posibilidad de actuar cuando aún no lo conocía nadie.
En Europa afloró otro aspecto de su creatividad: la pintura. Fuertemente marcado por el movimiento futurista –nacido en Italia y consagrado a la adoración de las máquinas–, hizo exposiciones en numerosos países, obteniendo el Gran Premio de Pintura de Francia. Cuando obtuvo la consagración europea también como pintor, volvió a nuestra ciudad para exponer en el Cine Bar Colón. Recién cuando terminó la muestra en La Plata, la montó en Buenos Aires, en la Galería Peuser. Sus cuadros Ciclistas y Cabello de Lina pueden verse en el Museo Provincial de Bellas Artes, en tanto que sus obras Pizarro en París y Autorretrato aún pueden verse en el Museo Municipal de Arte Moderno.
El músico Marambio Catán, en su libro de memorias El tango que yo viví. 60 años de tango, escribió: “¡Oh! El gran Cruz Mateo, hijo de La Plata y que se hiciera justicia a su talento, a sus condiciones de hombre, a su trayectoria artística, debiera tener en la capital de la Provincia una calle o cualquier lugar que eternizara el nombre de Juan Cruz Mateo, como ejemplo para las generaciones futuras que se inquieten por las expresiones del espíritu. De Juan Cruz Mateo tendría para escribir varios volúmenes. Ver sus cuadros que tienen un colorido asombroso y que en cada uno de ellos está latente la exquisitez de su espíritu. Como pintor puede figurar entre los primeros, como músico dominaba todo lo que puede un superdotado, y como hombre no conocí nada más cercano al hombre integral”.
Cuando se enteró de que estaba enfermo, vendió su departamento en París y volvió a La Plata para pasar sus últimos días. Murió en el Policlínico San Martín, el 11 de julio de 1951.