Cultura
Fidel Castro y su relación con el cine
El histórico líder de la Revolución Cubana no solo era un cinéfilo empedernido, sino que también tuvo apariciones como actor en Hollywood.
El cine fue una de las grandes pasiones de Fidel Castro. No es extraño que 83 días después del triunfo de la Revolución fundara el Instituto Cubano del Cine, y el 15 de diciembre de 1986 creara la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, junto a Fernando Birri y Gabriel García Márquez.
Fidel Castro fue el factótum del Festival Internacional de Cine de La Habana, inaugurado a mediados de 1979, que ganaría un gran prestigio internacional. “Siempre me gustó el cine, y cuando he podido, he dispuesto de tiempo o he podido robarle tiempo a algo, me ha gustado ver muy buenas películas, de los más variados géneros”, dijo en la ceremonia de cierre de la séptima edición del festival .
Pero su relación con el cine no se agota en su condición de gozoso espectador, sino que también tuvo algunas participaciones como actor. Fue en un papel secundario como extra hollywoodense, en los años 40. En el reparto de la película Bathing beauty, conocida en los países de lengua española con el título de Escuela de sirenas, dirigida por George Sidney en 1944, se incluye a quien 15 años después sería el líder de la Revolución cubana, junto a Red Skelton, Xavier Cugat y a la protagonista central, la actriz y nadadora Esther Williams.
Pero no fue esa la única participación de Fidel Castro en la pantalla grande. En The motion picture guide, publicado en 1995, se puede rastrear la presencia de Fidel Castro en Holiday in Mexico (1946), también de George Sidney, con Walter Pidgeon, llona Massey, Roddy McDowall, Jane Powell y los musicales y latinos José Iturbi y Xavier Cugat. Allí también se señala que “de acuerdo a Cugat, Castro apareció en varias escenas de multitudes en varias películas de tema sudamericano porque él era el típico Latin American boy”. Su periplo cinematográfico continuó con Easy to wed, con Lucille Ball, en la que se ve al comandante al lado de una pileta de natación.
Cuando trabajó en esos filmes, Fidel tenía entre 18 y 20 años y su presencia en los Estados Unidos no era algo excepcional. Se trataba del joven hijo de un rico terrateniente cubano de origen español, con una gran voracidad por todas las expresiones culturales.
Teniendo en cuenta la muy rica biografía de esta figura histórica cubana, resulta lógico que, convertido ya en personalidad pública, no fuera él quien se acercara al cine, sino a la inversa. En Topaz, una película de Alfred Hitchcock de 1969, con Michel Piccoli y Philippe Noiret, aparece Castro dando uno de sus discursos. Por su parte, Brian De Palma, en Scarface, incorpora imágenes del líder revolucionario para atizar una historia protagonizada por cubanos radicados en Miami.
Oliver Stone, en su thriller JFK –sobre el asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy, el 22 de noviembre de 1963–, recurre a material inédito de archivo referido a Fidel Castro, y en 2003 hizo el documental Comandante, armado en base a más de 30 horas de entrevistas. El cineasta culpó “a la mafia cubana” de Miami de aplicar la censura contra su obra. Ante las acusaciones que le lanzaron de ser antinorteamericano, respondió: “Amo a mi país y creo en mi visión de Estados Unidos”. Oliver Stone ganó con aquella película la Estrella de Oro en el Tercer Festival Internacional de Cine de Marruecos.
Son numerosos los documentales que se le dedicaron. Por mencionar solo algunos: Fidel, de 1968, de Saúl Landau, filmada en 16 milímetros, durante un encuentro de una semana con el comandante, cuando el director fue invitado para que lo acompañara en una excursión en jeep por la región de las montañas del este de Cuba; Mi hermano Fidel, de 1977, que narra el encuentro entre Castro y Salustiano Leyva, quien a los 11 años había conocido a José Martí cuando el héroe cubano desembarcó en Playitas para batallar contra el yugo español.
Y no se puede dejar de recordar el capítulo Misión deducible, de la novena temporada de Los Simpson, donde Fidel Castro le roba un billón de dólares al señor Burns para darle una inyección decisiva a la economía cubana.