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El final de Hipólito Yrigoyen

Fue uno de los grandes caudillos populares de nuestro país, el primero electo por la ley Saenz Peña, fue condenado a la cárcel y murió en la pobreza.

Sus amigos lo llamaban “El Peludo” por su carácter solitario y las costumbres misteriosas que se le adjudicaban. El pueblo hizo suyo ese apodo y lo cargó de una connotación cariñosa. Hipólito Yrigoyen gobernó dos veces el país, vivió tres años de retiro militante y murió en la mayor austeridad, en una pequeña habitación.

Organizó férreamente la Unión Cívica Radical en todo el país. No necesitaba dar discursos para hacerse acompañar por las multitudes. Se enorgullecía de ser “Amigo de los pobres y los desheredados”, razón por la cual sus enemigos lo calificaban como un compadrón de Balvanera. Fue prisionero de sus contradicciones políticas, la Semana Trágica y la matanza de la Patagonia Rebelde, ocurrieron durante su gobierno. Era un demócrata convencido pero intervino los gobiernos provinciales de casi todo el país.

Fue derrocado el 6 de septiembre de 1930 por un golpe cívico-militar encabezado por el general José Félix Uriburu. El ministro del interior Luis Dellepiane intentó advertir a Yrigoyen la maniobra golpista que se estaba gestando, al ser desoído, decidió renunciar. Por primera vez, desde 1853, se interrumpía el orden constitucional. Yrigoyen fue puesto prisionero en la isla Martín García.

El 5 de marzo de 1931, desde su aislamiento, Yrigoyen dio a conocer un manifiesto titulado A mis conciudadanos. En ese documento anunciaba su retiro de la vida política y hacía una profunda autocrítica: “Afirmo en plena posesión de mis facultades , en perfecto dominio y templanza de mi espíritu, y en absoluta integridad de mi conciencia, que reconozco que sólo por motivo de mis yerros de gobierno, y mi lamentada incomprensión de los urgentes y complejos problemas que la rápida evolución social y política de la República, se acumulara en los últimos tiempos sobre mi recargada responsabilidad de gobernante, pudo agravarse el malestar de la situación y provocar dicho pronunciamiento (del 6 de setiembre)”. Fue tal el estupor que generó el manifiesto que el diario Crítica aseveró su autenticidad consultando a las fuentes más cercanas al expresidente. Sin embargo, una semana después un diario publicó una feroz desmentida de Hipólito Yrigoyen, contestando a un periodista de ese matutino: “Diga usted, y recálquelo, que es absolutamente inexacta esa publicación. Inexacta como cualquiera otra que se me atribuya. ¡No lo olvide, absolutamente inexacta!".

A un año de su derrocamiento, la Corte Suprema rechazó la defensa interpuesta judicialmente por Hipólito Yrigoyen, refrendándose así, desde la más alta instancia del Poder Judicial, la práctica de los golpes de estado que tanto daño causaron en nuestra historia. La excusa para el golpe fue la que siempre se endilgó a los gobiernos populares: corrupción. No se pudo comprobar judicialmente ninguna de las imputaciones que se le hizo. Dijo Yrigoyen sobre el cargo de malversación de fondos: “No tiene fundamento. Yo creo que cuando el Gobierno tiene una partida destinada a un servicio público y cubierto el cometido puede sin inconvenientes gastar lo que sobra aplicándolo a otra exigencia de interés público”.

El 6 de febrero de 1932 fue trasladado a Buenos Aires. Trece días después fue indultado, pero Yrigoyen rechazó el indulto: “Es el Congreso el que deberá dar el fallo definitivo”. La Corte Suprema, al final, terminó por anular la gracia concedida por el general Uriburu. El 11 de octubre de 1932 fue sobreseído el proceso judicial llevado en su contra. Su salud ya era precaria. El tiempo de cautiverio en la isla Martín García lo había demacrado. Los médicos le recomendaron cambiar de clima, por lo cual se fue en el vapor de la carrera hacia Montevideo por tres semanas. Volvió a Buenos Aires por el fallecimiento de su única hermana, Marcelina Yrigoyen de Rodríguez. Tenía problemas respiratorios que se iban acentuando con los días. Ya había cumplido 81 años. No recibía a nadie. Su aspecto era el de un “patriarca bíblico”, según la descripción de Marcelo T. de Alvear. Murió el 3 de julio de 1933.

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