cultura
¿Cómo nació el árbol de Navidad?
Uno de los mayores símbolos del espíritu navideño tiene una curiosa historia que ha quedado olvidada en estas festividades que fueron resignificadas en nuestra cultura.
Hace doce siglos, un misionero inglés en Alemania, conocido con el nombre de Bonifacio, reemplazó el culto de Odín y su adoración al roble sagrado –que se realizaba en el solsticio de invierno-, por el rito de recordar el nacimiento de Jesús e incentivar un espíritu reverencial hacia el pino navideño, que era adornado con manzanas para recordar el pecado original. Hasta entonces, los celtas engalanaban sus casas con muérdago y los sajones con laurel, las ofrendas que se hacían tenían un fuerte contenido espiritual y no el sentido meramente decorativo que tienen en la actualidad.
Ponerle luces al pino fue idea de Martín Lutero, quien consideraba que la luminosidad proviene, precisamente, de lo espiritual. Por eso, instaló la costumbre de ponerle velas, según él, inspirado una noche en las estrellas que pudo avistar entre las ramas de un árbol.
En nuestro país, los pinos nevados para fines de diciembre son más una imagen de película que una posibilidad verificable. Del mismo modo, los muy abrigados Papá Noel y toda la parafernalia de confituras, garrapiñadas, turrones y pan dulces, son una dieta cuyo poder calórico es contradictorio con las altas temperaturas que se ven obligados a soportar las víctimas de esa ingesta.
Hay cierto mérito artístico en el esfuerzo de simular nevados los arbolitos de navidad en nuestro hemisferio, echar mano a capullos de algodón, escarcha de virutas plateadas, y distintos adornos que ingenuamente pretender mentir nieve. Aunque cada vez menos son los que pretender crear en los arbolitos rituales reminiscencias navideñas, la mayoría se aboca desaforadamente a saturar el árbol de bolas brillantes, cintas, flores de celofán, esferas centelleantes propias de un lugar bailable a escala reducida, ornamentos coloridos - y muchas veces también sonoros- y una estrella de Belén aposentada en la cumbre.
Los arbolitos –naturales o artificiales- pueden reemplazarse por estructuras de plástico, hierro o de algún material sintético. Las jugueterías y bazares suelen ser los lugares de provisión de estos árboles que van desde alturas variables y precios casi siempre desproporcionados. Los hay casi despojados de ornamentos a otros decorados estrafalariamente con muñequitos encaramados en las ramas y guirnaldas de luces eléctricas intermitentes. Entre la sobriedad y la chafalonería oscila la presentación de estos árboles a cuyo pie se amontonarán –aunque en estos tiempos esa imagen es cada vez más difícil concebir-, las tradicionales ofrendas cuya elección tantos dolores de cabeza provoca, y que obligan a esa ecuación torturadora entre lo que se desea y lo que admite el bolsillo.
Papá Noel viste como un rey. Su barba blanca, sus pieles, sus botas, el trineo en el que viaja evocan el invierno. Es un viejo que encarna la bondadosa autoridad de los ancianos. Es una manera de lograr el buen comportamiento de los niños a cambio de regalos que llegarán hacia el final del año. El tema presenta tantas aristas que hasta sumergió en un mar de reflexiones al antropólogo Claude Levi StraussIndaga , quien indagó en los orígenes históricos de esta leyenda: “El Papá Noel de Europa Occidental, su predilección por las chimeneas y los zapatos resultan meramente de un desplazamiento reciente de la fiesta de San Nicolás, asimilada a la celebración de la Navidad. Las transformaciones son más sistemáticas de lo que el azar de las conexiones históricas y calendáricas podría hacerlo admitir. Un personaje real se volvió personaje mítico; una emanación de la juventud, simbolizando su antagonismo con los adultos, se convirtió en símbolo de la edad madura, traduciendo su disposición bondadosa hacia la juventud”. Un ser bonachón escondido detrás de una barba postiza que busca aleccionar a los niños en el entendimiento de que la felicidad de un regalo llegará al cabo de un riguroso entrenamiento en la bondad.
