Cultura

Juan Verdaguer, el humor elegante

Se formó en el circo, y luego acuñó sobre los escenarios un estilo que lo haría famoso, muy cuidado en el decir, pero capaz de una gran picardía.

Interés General

19/08/2021 - 00:00hs

Decía que en su grupo de amigos era el menos cómico. No se parecía en nada al típico gracioso de la barra: cuando llegaba la hora de contar chistes, se quedaba callado. Su presencia tampoco movía a la sonrisa, tenía un aire seco, adusto, un rostro afilado, frío y rotundo donde no se movía un solo músculo. Sin embargo, arriba de un escenario era un monologuista capaz de mantener a su auditorio a las carcajadas durante una hora y media.

De Juan Verdaguer se sabía poco. Su vida privada era desconocida para todo el mundo. No le gustaban los reportajes. Se sabe que nació en Montevideo el 30 de julio de 1915, hijo de padre equilibrista y madre acróbata, que a los seis meses de nacido su hijo decidieron radicarse en Buenos Aires. Aquí montaron el circo Jockey Club, que todos los años hacía una gira nacional. A Juan le gustaba el clima del circo, cumplía con gusto todas las tareas que le encomendaban: ayudaba a armar y desarmar la carpa, daba de comer al elefante, limpiaba la caballeriza y le enseñaba a pararse en dos patas a un perrito. Su padre le enseñó trapecio, acrobacia, malabarismo.

Un domingo de 1933, en Cruz del Eje, debutó en la sesión matiné como equilibrista. Realizaba su número en el travesaño de una altísima escalera: “Para hacer esta prueba no debo comer, y para comer debo hacer esta prueba”, decía. Allí, en esas alturas, remataba su actuación tocando el violín. Ese instrumento lo acompañó durante toda su vida: “El violín me salvó de muchísimas situaciones porque al principio tenía que empeñarlo seguido. Tantas veces que el hijo del prestamista tocaba mejor que yo”.

Fue gracias al violín que descubrió su vocación de monologuista. Cuando se armó una rutina para hacer espectáculos unipersonales, en los que combinaba la música con habilidades circenses, salió de gira por Brasil, Chile y, finalmente, Estados Unidos. Estaba actuando en Nueva Orleans cuando en medio de una interpretación se le rompieron dos cuerdas del violín; se vio obligado a improvisar para salvar la situación, y las risas del público le confirmaron que tenía talento para contar situaciones humorísticas. A partir de allí, fue depurando su técnica y construyendo un estilo propio, hecho con un inteligente juego de pausas y palabras, y un rostro gozoso de su propia imperturbabilidad. Cuando en 1961 lo contrataron para su primer show televisivo, lo abrió así: “Señor, señora, no tiene que sintonizar su televisor... Mi cara es así”. Años después, Nicolás Mancera lo convocó para sus Sábados circulares, bautizándolo “El Señor del Humor”.

No se consideraba actor ni humorista: “En todo caso soy un dicente, un monologuista. Creo que la gracia está en lo que se dice, en el cuándo y en el cómo se dicen las cosas. Hay que hacer la pausa justa. A veces uno la hace y no da resultado. Pero hay una cuestión de ritmo, de compás. Usted cuenta un chiste y no causa gracia. Pero si el chiste viene como final de toda una ilación de cosas, levanta carcajadas. Por eso me gusta enhebrar el monólogo”. Y esa era su manera de monologar: empalmar un tema con otro aparentemente alejado, pero unido por el absurdo o un capricho de la memoria. Muchos lo compararon con Bob Hope, él prefería referenciarse con Pepe Arias: “Que además era un gran actor, cosa que yo no soy. Él tenía un dominio de las pausas y la ironía que lo ubican entre los más grandes del género. Pero Arias tenía otro timing”.

Le gustaba observar la conducta de la gente. Iba mucho a los bares y anotaba en servilletas reflexiones y situaciones de la vida diaria. Conservaba todos sus guiones de radio y televisión, y a veces rescataba situaciones viejas que le seguían pareciendo graciosas.

Argentina, una cantera de humoristas

A Verdaguer lo hacía reír Alberto Olmedo porque era capaz de salirse del guion para armar una improvisación hilarante: “Lo suyo es pura espontaneidad y una simpatía desbordante. Reconozco que Olmedo me hace reír. Es que tiene autoridad para salirse del libreto, ¿sabe? A él se lo admiten. A otros no se lo perdonarían. Cada uno tiene autoridad para hacer cierto tipo de cosas, porque es su punto fuerte”. Pero decía que la gran cantera de humoristas estaba en la gráfica: Landrú, Caloi, Garaycochea, Fontanarrosa: “Hay muchos, y todos son excelentes”.

Cuando empezó a actuar en hoteles y casinos de lujo, adoptó una vestimenta acorde. Y le gustó mantener esa elegancia, aun cuando le tocara actuar en un club de barrio. Tenía público en toda Latinoamérica. Gustaba mucho en México, grababa programas de televisión en Colombia y Venezuela, tenía reservadas las principales salas de Puerto Rico, República Dominicana y Panamá, y tenía gran éxito cada vez que se presentaba en el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar. Como no le gustaba viajar solo, se llevaba a las giras a su esposa, Nevia, y sus cuatro hijos.

Su último espectáculo fue a comienzos de 2001, Masters se llamaba, y lo compartía con Mario Clavell y Carlos Garaycochea. Murió en Buenos Aires, el 14 de mayo de ese mismo año.

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