Se cree que la capital provincial fue planificada siguiendo los lineamientos de una ciudad imaginada por el gran escritor francés.
Julio Verne publicó su novela Los quinientos millones de la Begún exactamente dos años y seis meses antes de que el gobernador Dardo Rocha fundara oficialmente nuestra ciudad, el 19 de noviembre de 1882. Su universo ha trascendido de tal manera sus libros, que ni siquiera al lector más desprevenido puede sorprenderle que aquel escritor hubiera anticipado la fundación de La Plata.
Curiosamente, el autor de Veinte mil leguas de viajes submarino, La vuelta al mundo en ochenta días y Viaje al centro de la tierra, nunca viajó mucho ni tampoco gozó de recursos económicos para poder hacerlo. Probablemente nunca supo de la existencia de La Plata. Pero siempre tuvo en claro que el mundo podía ser dividido entre naciones vivientes y naciones imaginarias, y que lo natural era que estas últimas vayan apropiándose de los territorios a los que van sucumbiendo las primeras. Aquella concepción acerca de que la historia y la ficción están al mismo nivel, que es la razón por la cual los libros de Verne dan esa escalofriante sensación de realidad, será la clave para comprender el nacimiento de nuestra ciudad.
La novela, publicada en 1879, cuenta la historia del Doctor Sarrasin, único heredero de una fortuna de quinientos veinticinco millones de francos: un patrimonio que procedió de un tío lejano que había servido en el ejército colonial inglés y que desposó a una princesa india –la begún del título-. Lo cierto es que el doctor estaba obsesionado en destinar aquel gigantes patrimonio a un sólo fin: construir una ciudad modelo, basada en principios rigurosamente científicos. Lo que trató de explicar el escritor francés es la poderosa influencia que el dinero y la tecnología ejercían sobre la sociedad moderna.
Para Verne, la subordinación a lo real o lo dogmático era un obstáculo a las audacias imaginativas. Por eso insistió en el placer de hacer de la mirada del escritor, pretendidamente neutra, un ojo caprichoso. Pero, sobre todo, esconderse en un cruce, un lugar donde la realidad y lo imaginario conviven y establecen un territorio propio, capaz de vencer las leyes del tiempo y del espacio.
Frente a los “purísimos portadores de la realidad”, el novelista se permite imaginar una utópica ciudad moderna, ordenada en diagonales, avenidas y calles, cruzadas en ángulos rectos, trazadas a distancias iguales, de ancho uniforme, arboladas y designadas por número de orden; relojes eléctricos en todas su plazas, y dotada de los medios de comunicación más modernos. Una ciudad planificada hasta el último detalle. “Cada medio kilómetro —dice Verne en su novela— las calles se ensanchan para tomar el nombre de bulevares o de avenidas. En cada cruce hay un jardín público ornamentado con bellas copias de las obras maestras de la escultura, en espera de que los artistas produzcan estatuas originales dignas de remplazarlas”.
La Plata o France-Ville
France-Ville es el nombre de esa ciudad utópica diseñada con criterios científicos y en la que se erradicarán todos los males que aquejaban a las ciudades de entonces: suciedad, falta de higiene, pobreza. “Una ciudad del bienestar y la salud, en la que no se tolerarían las existencias ociosas”, anuncia su fundador; en la que todas las decisiones se toman de manera asamblearia, y en la que para obtener residencia es necesario "ser apto para una profesión útil en la industria, las ciencias o las artes y comprometerse a respetar las leyes”.
En el entramado secreto de la fundación de La Plata quizá se hayan entrecruzado los hilos de este libro de Verne que, como toda su obra, gozó de gran popularidad en su época. Verne no sólo era un muy inspirado prosista, sino también alguien que siempre tuvo preocupaciones urbanísticas concretas. Así lo demostró en 1888, cuando asumió como concejal en el ayuntamiento de Amiens, por el partido radical socialista, cargo desde el que propuso muchas modificaciones a la ciudad, poniendo el acento en los espacios verdes.
El 14 de noviembre de 1882 –cinco días antes de la fundación de nuestra ciudad-, El Diario –el periódico que apoyaba a Dardo Rocha– publicó en su editorial: “Los literatos (…) que se nutren de la lectura fácil de las novelas modernas (…) encontraron ocasión propicia para decir que La Plata es una ciudad fantástica, una ciudad de Julio Verne (…)”.
Nunca sabremos si aquel plan armónico con el que fue encarado el proyecto de la ciudad fue producto de la pregnancia de los relatos de aquel escritor francés, que era capaz de anunciar lo que vendría con un realismo escalofriante. Pero sí podemos suponer que alguien que desarrolló tanto su capacidad de asombro y fue fiel a la formidable insistencia de soñar con otros mundos posibles, hasta el último aliento literario, hubiera visto con naturalidad y beneplácito que una de sus insólitas imaginaciones fuera llevada a la práctica.