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Los protocolos de los sabios de Sión es el libro que durante el siglo veinte sirvió de inspiración en distintas partes del mundo para combatir a los judíos.
11/07/2023 - 00:00hs
Los protocolos de los sabios de Sión constituyeron la fuente en la que históricamente se basaron quienes pretendieron convencer a la opinión pública de que los judíos controlan los destinos del mundo y tienen un maquiavélico plan para apoderarse del planeta y esclavizar a todos los no hebreos. Se trató de un apócrifo documento que en Rusia, por ejemplo, sirvió para alimentar la ira y la histeria de masas que condujeron a los infames pogromos. Así como fueron responsables en gran medida del antisemitismo nazi que condujo a los campos de exterminio. Hitler lo consideró el fundamento último de sus crímenes raciales. Este documento, en definitiva, supuso el mayor fraude histórico de todos los tiempos.
Con el paso del tiempo, se han convertido en “libro de texto” entre los grupos de ultraderecha, compartiendo estantería con panfletos de supremacistas blancos y obras que niegan el holocausto. En ese contexto, el magnate Henry Ford, quien tenía una foto de Adolf Hitler sobre la mesa de su despacho, escribió un extenso libro en cuatro volúmenes con el que pretendía demostrar, a través de sus diversos ejemplos, la veracidad de los protocolos. Aunque su tufillo racista se extendió a teorías y planteamientos alejados de la derecha internacional, como quienes teorizan que tras la globalización o el nuevo orden mundial se encuentra la mano negra de las grandes familias de banqueros judíos. En la cúspide de su carrera empresarial, Ford fundó un pequeño periódico en Detroit llamado Dearborn independent, que usó para difundir su propaganda antisemita; resultaría lógico que con tales planteamientos Ford terminase estableciendo una fuerte conexión con la Alemania nazi.
El origen de los protocolos se remonta a 1901 y fueron publicados en Rusia, encuadernados en piel negra. En su génesis se encuentra un oscuro personaje llamado Serguei Nillus, quien tradujo al ruso unos textos que en su conjunto se titularon Protocolos de los sabios de Sión. Un libro que afirmaba la existencia de una conspiración planetaria para hacer a los judíos del dominio absoluto del mundo. Como toda buena mentira, Los protocolos tenía un germen de verdad y constituía una amalgama de documentos inventados y genuinos panfletos políticos de carácter más o menos revolucionario que se distribuían por las calles europeas del siglo XIX. En ese sentido, el principal antecedente lo representaba una demoledora obra escrita por Agustín Barruel titulada en la que sostenía que una serie de sociedades secretas como los Iluminati y la francmasonería eran quienes dirigían en secreto la revolución.
En términos generales, lo que se describe en el texto es un supuesto anteproyecto suscrito por los “representantes de Sión del grado 33” para la completa dominación del mundo por parte de los judíos. El programa establece una conspiración con diversas cabezas rectoras y múltiples tentáculos dedicados a sembrar el desorden y la anarquía, derribar ciertos regímenes, infiltrarse en la francmasonería y otras organizaciones similares y, como remate, adquirir el control de las instituciones políticas, sociales y económicas. En total, son veinticuatro capítulos y más de
doscientas páginas de disparates en las que los pretendidos déspotas justifican sus maquiavélicos planes a partir de la coartada de que el pueblo sería incapaz de gobernarse a sí mismo.
De la misma manera, los protocolos advertían que los judíos, como fase preparatoria a lo que sería una revolución de escala planetaria, se estaban ocupando de soliviantar lo más posible a los ciudadanos en contra de sus dirigentes políticos y sociales. En ese contexto, una vez completada la revolución mundial, los dirigentes del complot judío mantendrían el control de la población mediante la institución de un Estado de bienestar basado en una organización lo suficientemente centralizada. Lo cierto es que, con el colapso de la Unión Soviética y hasta el día de hoy, ciertas corrientes antisemitas volvieron a sacar a la palestra los protocolos y sus descabelladas fantasías.