CULTURA

La desconocida historia de la madre de Juan Domingo Perón

Juana Sosa Toledo fue una mujer de gran carácter que dejaría una marca indeleble en la personalidad de quien fue tres veces presidente de la Nación.

Interés General

15/03/2022 - 00:00hs

"Mi vida tenía un principio, ese principio ha sido mi madre”, declaró alguna vez el hijo de Juana Sosa Toledo, que nació en la provincia de Buenos Aires el 7 de octubre de 1893, en un rancho de la localidad de Roque Pérez, dos años antes de que lo inscribieran en el Registro Civil de Capital Federal bajo el nombre de Juan Domingo Perón. Lo anotaron como “hijo natural del declarante”, algo que no pasará desapercibido por su vida: “Ese hijo no tenía padre y la ley argentina prohibía hasta investigar la paternidad del recién nacido. Pero sí se castigaba el adulterio de la mujer y ese hijo pasaba a ser un bastardo. Al padre se lo eximía de toda culpa y al hijo se le cerraban las puertas del futuro. ¿Eso era justo? Nosotros hicimos una ley que daba al hijo natural los mismos derechos que al hijo legítimo”, le confesaría años después a Enrique Pavón Pereyra. Después de una dura infancia en el Sur patagónico, ingresó al Colegio Militar hacia 1910, ascendiendo normalmente en el escalafón militar, con altas calificaciones. Aguardaba por él un destino excepcional.

No obstante, su madre, esa misteriosa mujer que descendía de españoles y tehuelches –los Sosa Toledo eran argentinos de cuarta generación–, había nacido en Los Toldos, provincia de Buenos Aires, aunque luego su vida transcurriría en Lobos, cuando la ciudad era apenas un fortín. Criada en el campo, le fascinaba montar a caballo e intervenía en las cacerías y faenas rurales con la seguridad de quien domina las cosas. Muy joven se enamoró de Mario Tomás Perón, hijo de Tomás Liberato Perón, senador mitrista y médico destacado durante la Guerra del Paraguay. El suegro de Juana habría sido el primero en aplicar la vacuna antirrábica en el país y llegó a presidir el Consejo Nacional de Higiene. Su hijo, que había ­decidido seguir los pasos de su padre, abandonó repentinamente los estudios de Medicina por ­razones de salud y se radicó en Lobos, para dedicarse a una pequeña producción agrícola-ganadera. Ella tenía 17 años y él 23 cuando se conocieron; recién se casarían diez años después.

“Criolla con todas las de la ley”, solía recordarla Perón, que como muchos paisanos aunaba sangre indígena y española. Doña Juana vivía cerca de Comodoro, en una estancia que era de la familia de Perón. “Una estancia que todavía existe y que pertenece a los descendientes de los hermanos Mario y Juan Domingo. Allí hay un cartel que reza 1909 Estancia La Porteña, que es cuando ellos compraron el campo”, explicó la periodista Elvira Córdoba. Así es como Juan Domingo, el futuro líder de los trabajadores, pasó su infancia como miles de chicos del campo, montando a caballo y compartiendo mates, escuchando las fascinantes historias de aparecidos y luces malas con los peones.

Para fines de siglo, la situación económica de los Perón se tornó complicada y don Mario decidió probar suerte en la Patagonia. Firmó un contrato con la empresa Maupas Hermanos, una administradora de estancias ovejeras, y hacia allí marchó en avanzada con sus peones; él, en barco, y sus empleados, en arreo a caballo, recorrieron 2.000 kilómetros hasta llegar a la tierra prometida: una estancia al noroeste de Río ­Gallegos, Santa Cruz. Doña Juana y los chicos se quedaron en Lobos esperando la llamada de Mario, que llegaría un año más tarde. Lo cierto es que la estancia ­patagónica implicó un mundo lleno de aventuras para los hermanos Perón.

Una vez que asumió como presidente, el general se atrevió a contar la siguiente anécdota: “Cuando la vieja (la madre de Juana) solía relatar que había sido cautiva de los indios, yo le preguntaba: ¿Entonces, abuela, yo tengo sangre india? Me gustaba esa idea. Creo que tengo, en realidad, algo de sangre india. Mírenme, pómulos salientes, cabello abundante. En fin, poseo el tipo indio. Me siento orgulloso de mi origen indio, porque yo creo que lo mejor del mundo está en los humildes”. Orgullo indio que se expresaría en el libro Toponimia patagónica de etimología araucana, un glosario de términos aborígenes publicado por entregas entre los años 1935 y 1936, cuando era un joven oficial.

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