La apodaban Banda, repitió la historia de su madre, también ejerció el espionaje y tuvo el mismo final trágico.
Tenía 17 años cuando su madre, Margarita Gertrudis Zelle-MacLeod, más conocida como Mata Hari, fue fusilada por espía. Fue educada por su tía en Batavia –actual Yakarta–. Su padre era un borracho que golpeaba a su esposa, quien lo dejó para volver a Holanda. Su madre era una bailarina, según le dijeron a la niña, que vivía en Europa y que volvería a Java para ver a su hija. Pero la Primera Guerra Mundial hacía los viajes difíciles. Era necesario tener paciencia.
Banda era una muchacha del tipo euroasiático, que no había heredado ningún rasgo de su origen holandés. Pequeña (no medía más de 1,50 metros), de ojos almendrados y figura espigada. Un día de noviembre del año 1917 recibió una carta que debía ser la última escrita por su madre. La carta llegaba de Vincennes, el lugar donde Mata Hari sería ejecutada a los pocos días de escribirla:
“Mi querida hija, yo quisiera decirte muchas cosas, pero no puedo. Mi tiempo es muy limitado. Son las cuatro de la madrugada, y dentro de una hora habré abandonado este mundo de los vivos sin haber tenido nunca la suerte de volverte a ver. Tú eras todavía una niña cuando te dejé. Créeme, yo no he hecho nada malo, pero las leyes de la guerra son brutales. No espero clemencia, pues ni siquiera mis amigos políticos pueden hacer nada por mí esta vez. He vivido plenamente, aunque no haya sido muy feliz. ¡Ay, sabemos tan poco una y otra de las cosas de ambas! Pero tía Rosa me enviaba noticias tuyas y me decía siempre que tú eras bella y llena de buenas cualidades. Tengo una foto tuya. Era joven cuando fui a Bali y a Java, demasiado joven para saber. Amé a tu padre, que era entonces un hombre admirable. Pero el clima tropical, de alcohol, arruinaron su vida. Estuvo a punto de matarme. Fue cuando lo dejé. Otros, ahora, van a matarme. Sé que nunca debí separarme de ti. Pero quizá conozcas una existencia mejor sin mí. Moriré valientemente pensando en ti. El dinero representa poca cosa. ¿Quieres rezar por mí, pensar en mí como en una mujer que ha querido hacer el bien? La vida y las circunstancias han sido más fuertes que yo. Adiós, hija mía. Que puedas encontrar la felicidad en la vida y encontrarla sin odiarme. Tu madre, Margarita Gertrudis Zelle-MacLeod”.
Banda releyó la carta y fue a la iglesia para rezar una última oración por su madre. Esa misma noche dejó la casa de su tía. A los pocos días, esa chica de 17 años estaba viviendo con un funcionario holandés que tenía 40 años más que ella. El hombre envió a la muchacha a una escuela donde se educaban los hijos de los administradores holandeses y de los diplomáticos. Se hizo maestra de escuela primaria en las llamadas Indias Orientales Neerlandesas. A sus 35 años murió su protector. Heredó una verdadera fortuna. Su único lujo eran las reuniones que celebraba en su casa, a la que concurrían invitados con afición por los libros.
En 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial, y aunque los ecos de la conflagración tardaron en llegar a las Indias Orientales, las recepciones de Banda se convirtieron en centro de reunión de diplomáticos, de espías y periodistas. Cuando Holanda fue ocupada por los nazis, los japoneses se apoderaron de las islas del Pacífico, una tras otra, sin inquietarse de si ellas pertenecían a los ingleses o los holandeses. En Indonesia desembarcaron por tres lugares: Rembang, Pasirputik y Tangerang. Mientras avanzaban, los blancos huían y los euroasiáticos se aprestaban a imitarlos. Los japoneses prometían villas y castillos a los javaneses: la libertad, la independencia, la riqueza y la seguridad de comer cuanto quisieran.
Doble vida
Banda no tardó en unirse al movimiento de resistencia. Hizo una doble vida: en la superficie, colaboradora de los japoneses; clandestinamente, ayudando a los partisanos. Gracias a sus contactos, descubrió los planes japoneses para la batalla de Guadalcanal y los efectivos de los que disponían. Tenía conocimiento de todas las concentraciones de fuerzas niponas y de sus refuerzos aéreos.
Los servicios secretos ingleses y norteamericanos tuvieron noticias de sus hazañas. Ellos ignoraban entonces que Banda era hija de Mata Hari. Finalmente los ingleses desembarcaron. Liberaron nueve ciudades en Java, y los japoneses se retiraron tan rápidamente como habían llegado. Corría el año 1945.
Dos días después de la rendición japonesa, Sukarno declararía la independencia de Indonesia, gesta en la que mucho tuvo que ver la hija de Mata Hari. Al hacerse público quién había sido su madre, y los muy fluidos contactos de Banda con la inteligencia inglesa y norteamericana, su suerte quedó sellada. Fue condenada por espionaje y fusilada, al igual que su madre 33 años antes.