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INDECA finales de 1962, la escritora y compositora María Elena Walsh creó uno de los personajes que revolucionó como pocos el cancionero infantil argentino.
16/12/2021 - 00:00hs
Si hay algo que define la obra de María Elena Walsh es no haber desoído el pedido de auxilio de los sueños. A escritoras de su talla no se les permite el lamento. Siempre supo que las palabras, al verse abandonadas al maltrato, no se marchitan solas, sino que nosotros nos marchitamos con ellas. De igual modo, cuando ellas florecen, florecemos nosotros también.
Walsh se formó entre dos ámbitos diametralmente opuestos: por un lado, las exigencias de una escuela autoritaria, que “deseducaba” a los niños en la ignorancia de la realidad y que solo existía para ser temida; y, por el otro, un espacio de libertad donde halló su verdadera vocación, los libros. Por eso, ya desde los 14 años comenzaría a publicar poemas en medios tan importantes como El Hogar, el diario La Nación, los muy selectos Anales de Buenos Aires, que dirigía Jorge Luis Borges, y en la revista Sur, de Victoria Ocampo.
Cuando se volcó de lleno a la literatura infantil, lo primero que remarcó es que escribir para los niños significaba para ella reconstruir nuestra parte más trascendente, el lenguaje: “Nuestra querida lengua, que va desapareciendo en la miseria más espantosa. Hay que reconstruir un lenguaje prolijo, lo más estético posible. Y reconstruir también, en lo posible y por el interés que despierte, la atención del chico, que está muy dispersa. Lo ha estado siempre, pero ahora un poco más”.
En esa búsqueda publicó también textos como Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes (1979) o La pena de muerte (1991), verdaderas piezas del periodismo argentino que, además, la consagraron como una formidable escritora. Sus cuentos, poemas, canciones y espectáculos musicales son el pasaje a un universo excepcional forjado de humor delirante, tramas absurdas y, sobre todo, poblado de personajes inolvidables. No obstante, quizás el más recordado de ellos haya nacido a finales de 1962 en el disco Doña Disparate y Bambuco, bautizado como “Manuelita, la tortuga”.
Fue tan trascendente el impacto de esta simpática tortuga que luego gozó de un raro privilegio: en la entrada de Pehuajó le hicieron un monumento. Aunque la letra señala que Manuelita solo vivía allí, en dicha ciudad decidieron que fuera también su cuna (algo que la canción no especifica). Siguiendo la letra, Manuelita un día se marchó: “Nadie supo bien por qué a París ella se fue”.
Poco tiempo después, durante una entrevista, Walsh confesó: ”Es que no es voluntario, no es que me fije metas. Posiblemente el estado de ánimo me lleve a escribir eso y no otra cosa. Apareció la necesidad de escribirles a los chicos, esa necesidad de mucho juego, de mucha fantasía otra vez, y me siento muy cómoda ahí”.