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María Paradis fue una música muy precoz, cuya ceguera no fue obstáculo para que llegara a ser considerada una de las grandes artistas del siglo XVIII.
10/02/2025 - 00:00hs
Sus primeros años de vida se desarrollaron con normalidad, pero el 9 de diciembre de 1762 – cuando estaba cerca de cumplir cuatro años - la pequeña María Paradis despertaría con convulsiones en los ojos que le harían perder la visión. Las causas reales de esta ceguera repentina nunca han sido esclarecidas, aunque sí se ha elucubrado sobre ello. Sus padres intentaron todo tipo de tratamientos para que la niña recuperase la vista, incluyendo una terapia con el controvertido médico y pseudocientífico alemán Anton Mesmer, pero, inevitablemente, terminaría por quedar completamente ciega.
Nacida y criada en Viena, María Paradis era hija única del secretario imperial de Comercio y consejero de la corte y de Rosalia Maria Levassori della Motta, su padre la nombró así en honor a la Emperatriz María Teresa - para la que trabajaba-, que sería una suerte de madrina extraoficial de la niña, y patrona. Su pronta discapacidad no sería obstáculo para que recibiera una educación excelente, y para que desarrollase un gusto por diferentes aficiones, así como la danza, el teatro o las manualidades. Sin embargo, en lo que verdaderamente se destacaría de forma precoz sería en la música, ámbito en el que mostraría desde su infancia las más grandes dotes imaginables. Su familia, reconociendo este talento excepcional, la apoyó desde el principio y le brindó una educación musical sólida y de primera categoría, lo que la llevó a formarse con algunos de los músicos más valorados de su entorno, de la talla de Antonio Salieri (canto y composición), George Joseph Vogler (teoría musical), Leopold Kozeluch (piano) y Vincenzo Righini (canto).
Su fascinante destreza, así como su expresividad y musicalidad, cautivaron inmediatamente a la audiencia, lo que la llevó a comenzar a realizar apariciones públicas periódicamente en los salones aristocráticos. Así, cuando contaba con solo 11 años, María ofreció un concierto en la Iglesia de los Agustinos de Viena, donde cantaba la parte de soprano del Stabat mater de Pergolesi mientras se acompañaba a sí misma con el órgano. Aparentemente, este concierto fue presenciado por la propia emperatriz, que quedó tan impresionada que no dudó en otorgarle un estipendio anual de 200 florines para apoyar su educación, no solo musical sino también en idiomas, historia, geografía y matemáticas.
Como si padeciera una pulsión aventurera que no le permitía estarse quieta, su carrera pronto se extendería a otras capitales europeas. Así, en 1783, a los 24 años, emprendió una gira que se extendería entre 1783 y 1786, y que pasaría por países como Austria, Alemania, Suiza, Francia, Inglaterra, Bélgica y Checoslovaquia. En el transcurso del viaje, tuvo la oportunidad de conocer a Mozart, quien no solo quedó impresionado del talento de la joven, sino que, presumiblemente, compuso su Concierto para piano núm. 18, K 456, expresamente para ella. Este dato ha sido discutido por los estudiosos de la figura de Paradis, algunos de los cuales achacan la dedicatoria a eventos circunstanciales. No obstante, de lo que no hay duda es de la admiración que ambos profesaron por la artista invidente.
En la década de 1790 abandonó completamente su carrera concertística para dedicar su energía a escribir óperas y cantatas. Lamentablemente, no hay una sólida constancia histórica de sus composiciones y muchas de sus obras se han perdido. No obstante, el legado de esta gran artista en la educación musical perdura hasta nuestros días, pues sus métodos pedagógicos han influido en las generaciones posteriores de educadores musicales.