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Las últimas horas de Adolf Hitler

En esos días se peleaba en todos los barrios de Berlín, se estrechaba cada vez más el cerco en torno a la Cancillería, y ocurrían muchas cosas en el refugio subterráneo del Führer.

Interés General

21/10/2024 - 00:00hs

Por esos días ya no había ningún centinela en la superficie, un oficial de la SS vigilaba férreamente quién entraba o salía. Una veintena de soldados se alineaban a lo largo de la pared del extenso corredor. Algunos fumaban, otros charlaban o dormitaban acuclillados. El zumbido de los ventiladores sofocaba las conversaciones.

Las habitaciones tenían un aspecto desnudo y hostil. Se respiraba olor a moho. Pasadizos y delgadas puertas de acero comunicaban entre sí un dédalo de piezas menores —cincuenta aproximadamente—; el laberinto concluía en diez salidas: tres al aire libre y las restantes a la planta baja de la Cancillería. Muchas de las piezas estaban abarrotadas de provisiones y dificultaban la circulación. En ese búnker de hormigón armado, Adolf Hitler sopesaba cuidadosamente todos los finales posibles. El 30 de abril de 1945 decidió cuál sería el suyo.

“¿Dónde está el Ejército Wenck?”, fue el grito con el que el Führer amaneció el 28 de abril de 1945. Berlín ya estaba prácticamente perdida. La cólera de Hitler era incontenible. La traición cundía, el desánimo había ganado el espíritu de las tropas. Cuando se enteró que el Ejército Wenck había sido aniquilado, Hitler se retiró a su habitación sin decir palabra.

Pronto se enteraría de la defección de dos que le habían sido inseparables: Goering y Himmler. Ese mismo día ordenó que se fusilara al adjunto de Himmler, Fegelein, inmediatamente puesto prisionero en la Cancillería después de un frustrado intento de evasión.

Por esos días, Adolf Hitler solo confiaba en dos personas: Eva Braun —su compañera desde hacía trece años—, y Heinz Linge, su fornido asistente de metro noventa y 120 kilos. Fue Linge, precisamente, quien convenció al Führer de la necesidad de casarse, en esas circunstancias, con Eva Braun. Joseph Goebbels fue el encargado de buscar un funcionario para celebrar el matrimonio y la ceremonia se llevó a cabo tres cuartos de hora después de la ejecución de Fegelein, en la madrugada del 29 de abril. Mientras la boda se formalizaba, centenares de proyectiles impactaban contra el búnker. Cuando llegó el momento de firmar el registro, la esposa escribió: Eva Hitler.

Hitler pasó de la boda a los preparativos del funeral. Dictó su testamento a una de sus secretarias. Reivindicó sin dudar su ideología, y señaló una vez más que su enemigo era el “judaísmo internacional”. Eva interrumpió la redacción del testamento para festejar el casamiento con una pequeña recepción. La sala de los mapas fue donde sirvieron algunas copas de champaña. Los invitados fueron Goebbels, Bormann, Arthur Axmann, jefe de la Juventud Hitleriana, las dos secretarias, los generales Krebs, Burgdorf, Von Below y Helnz Linge.

Las risas los hicieron olvidar por apenas un rato que la suerte estaba echada. Hitler fue el encargado de recordarles con voz calma la situación: “El nacionalsocialismo está muerto. Perdimos la partida y ahora solo nos queda morir dignamente”. Antes de acostarse, dijo a su esposa: “No tengo intención de dejarme capturar por los rusos para que me exhiban como una pieza de museo”.

Los rusos estaban a trescientos metros de la Cancillería. Hitler ordenó a su ayudante de campo que reuniera en el comedor a todas las mujeres del búnker: secretarias, cocineras, mucamas. Las recibió junto a algunos oficiales hacia las dos de la mañana.

Recorrió el pasillo en silencio y estrechó todas las manos, con mirada distraída. Se alejó murmurando algo. Era su último día de vida. Hizo probar un veneno sobre Blondi, su ovejero alemán favorito. Luego de comer una albóndiga que contenía cianuro, el animal tuvo una breve convulsión, y se quedó rígido.

Luego de ver los detalles, Hitler volvió a su cuarto, se puso un uniforme nuevo con insignias de oro del partido, la cruz de hierro y una medalla honorífica por haber sido herido en la Primera Guerra Mundial. Eran las tres y media de la tarde. Adolf Hitler se descerrajó un tiro en la sien derecha. Eva Braun prefirió el veneno.

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