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Fue uno de los actores más populares de nuestro país, y compuso un personaje entrañable que llenó de humor la televisión, el cine y el teatro.
14/09/2022 - 00:00hs
Ya como artista consagrado, a Luis Sandrini le gustaba afirmar que el teatro, además de un espectáculo, es una manera de expresarse. Se suele creer que los aplausos es el sonido de fondo que se escucha cuando se pisa la línea de llegada, pero puede suceder que cuando se llega a la meta se descubra que falta todo. Sandrini lo supo desde siempre: “¿Sabés por qué? Porque el tiempo va perfeccionando al actor. Entonces es cuando más se exige, porque es cuando más entiende. Pero nunca sabe adónde quiere llegar, hasta qué punto, a qué lugar”.
Nació el 22 de febrero de 1905, en San Pedro, provincia de Buenos Aires. Trabajó de plomero, carpintero e inspector de ferrocarriles, pero terminó abrazando la vocación heredada de su padre, célebre actor de circo. Aunque primero se recibió de maestro, sus comienzos fueron como payaso del Circo Rinaldi. En 1927, ya radicado en Buenos Aires, inició su carrera teatral. Combinaba un papel de bonachón con algo de picardía, lo que le permitía a través de sus personajes dejar en evidencia al típico estafador que se aprovechaba de la hombría de bien. En ese sentido, María Valdez en Cien años de cine, una maravillosa enciclopedia temática que se publicó durante la década de 1990, describió a Luis Sandrini del siguiente modo: “Hijo del barrio porteño y del café, ignorante pero ingenioso, bueno y generoso, pobre pero honrado, tartamudo (pero solo porque le cuesta expresarse y se pone nervioso) y que, consciente de su falta de atractivo, debe suplir su aspecto asexuado con toques de gracia y simpatía”.
En 1933 debutó en el cine actuando en Los tres berretines, de Arnaldo Malfatti y Nicolás de las Llanderas. Ese mismo año participó en la primera película sonora argentina, ¡Tango!, dirigida por Luis Moglia Barth, en la cual trabajaron, entre otras figuras, Pepe Arias y estrellas del tango como Libertad Lamarque, Azucena Maizani y Laura Ana Merello. Esta última fue el gran amor no correspondido de la vida de Sandrini.
“La voz de un hombre me persigue en el recuerdo, en el recuerdo tormentoso del ayer”, comienza la letra de Llamarada pasional, grabada en 1960 con la orquesta típica de Héctor Stamponi y los versos escritos por Tita Merello. Y nunca hizo falta aclaración para deducir que estaban dirigidos a quien fuera su más grande amor. Tita y Luis vivieron uno de los romances más intensos y enardecidos del mundo del espectáculo nacional; digno de un guion cinematográfico, pero con un final triste, como todo amor que se acaba.
Luis Sandrini se convirtió en uno de los actores más populares de cine y teatro. No obstante, también incursionó con notable éxito en la radio con Felipe, un personaje rebosante de bonhomía cuya creación correspondió a Miguel Coronatto Paz, que no solo mantuvo durante 25 años, sino que también fue llevado a la televisión en Canal 13, en 1953. Respecto de su emblemático personaje, alguna vez sostuvo durante un reportaje: “En mí perduró siempre mucho más Felipe que cualquier otro personaje. Porque era reconocido, me gustaba a mí, y porque duró tanto tiempo. Y yo terminé creyendo que lo único que perdura es lo que realmente te gusta”.
En total, protagonizó 76 películas, y además de actor, fue director y empresario teatral, con participación en más de 500 obras. Estaba concluyendo la filmación de La familia está de fiesta, dirigida por Palito Ortega, cuando murió, víctima de una hemorragia cerebral, el 5 de julio de 1980.
Reconocimiento mundial
Su repercusión internacional fue tan notable que el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa rememoró a Sandrini en un pasaje de su novela ¿Quién mató a Palomino Molero?: “Lituma y el teniente habían estado en el cine, viendo una película argentina de Luis Sandrini, que hizo reír mucho a la gente, pero no a ellos”.
Por su parte, el comediante mexicano Roberto Gómez Bolaños, el inolvidable Chavo del 8, escribió a propósito de Sandrini en sus memorias: “Se trata de un argentino que debería tener residencia oficial en el Olimpo de los comediantes: el señor don Luis Sandrini, un actor en toda la extensión de la palabra, que lo mismo nos arranca carcajadas que lágrimas. Había sido mi ídolo desde la infancia y lo siguió siendo siempre”.