Historias que celebran la amistad
Más que amigos, trillizos
Juan Carlos, Pierino y Miguel se conocieron hace más de 50 años. Al frente de una imprenta desde hace tres décadas, sus labores cotidianas están matizadas por un sinfín de anécdotas para contar
Corría el año 1965 cuando en el patio del Colegio Monseñor Alberti tres niños de primer grado jugaban y se entendían a la perfección. Dos de ellos, Miguel y Juan Carlos, sabían que probablemente nunca se separarían, porque son mellizos. Pero el otro, Pierino Marzano, todavía desconocía que pronto se convertiría en un apéndice de la familia Screnzo y que juntos llegarían a parecer trillizos. A 52 años de aquel primer día de clases, los tres amigos siguen compartiendo cada uno de los días de sus vidas.
De hecho, además de amigos y hermanos, desde hace más de 30 años son socios. Por casualidades de la vida, los tres aprendieron el oficio de la gráfica, y cuando advirtieron que se estaban dedicando a lo mismo pero por separado, decidieron montar su propia imprenta. “Aún con altibajos económicos, poder compartir tu trabajo con tus amigos de toda la vida es algo impagable. Al mediodía almorzamos y tenemos una media horita que es como una mesa de café en la que repasamos nuestros temas”, explicó a este medio Miguel.
En esas mesas de café, a menudo se recuerda con gracia la primera vez que Pierino fue a lo de los Screnzo a tomar la merienda. Habiendo anotado mal la dirección, cayó en una casa equivocada y preguntó por sus amigos de la escuela. “Hola, vengo a jugar con los mellizos”, dijo Pierino, con seis años de edad. “Ya te los llamo”, deslizó una madre un tanto extrañada con la visita del pequeño. A los pocos minutos, con el padre de Pierino todavía esperando en el auto, salieron de la casa dos mellizos de quince años, que claramente no eran Miguel y Juan Carlos. “Jueguen con el nene”, pedía la madre de los “falsos” mellizos, mientras
Pierino se desesperaba por hacerles entender la confusión. “Me parece que vos buscás a los otros mellizos del barrio, a los Screnzo, que viven a la vuelta”, le explicaron.
Esa iba a ser la última vez que se confundiera de casa. De hecho, la de los Screnzo iba a convertirse en una especie de segundo hogar para Pierino e incluso los padres de los chicos se hicieron amigos con el paso de los años.
“Podíamos dormir hasta ocho personas en la casa de ellos. Era la casa del pueblo. Tenían un garaje en el que nos pasábamos el rato, incluso llegamos a montar una ruleta y a jugar por plata hasta que nos descubrió mi padre, que era comisario”, recordó entre risas Juan Carlos.
Aunque durante los estudios secundarios concurrieron a colegio diferentes, los tres siguieron visitándose todos los días, compartiendo salidas y travesuras. Como aquel día en que Pierino vendió un reloj de oro de su abuelo para invitar a los mellizos a tomar el té con masas finas a la confitería del viejo Hotel Provincial, ubicado en calle 8 entre 50 y 51. “Nosotros veíamos a la gente merendar en ese lugar tan elegante y nos daban muchas ganas de poder ir, pero nunca teníamos plata”, recordó Miguel, quien agregó que “ese día nos pasamos la tarde entera comiendo esas delicadezas, gastándonos entero el reloj del abuelo de Pierino”.
Hoy, ya adultos, se conocen de memoria. “Desde que fuimos solteros hasta nuestros casamientos compartimos alegrías y tristezas. La vida entera”, resumió emocionado Juan Carlos.