Pablo Neruda, el poeta que venció a la muerte

Su poesía, traducida prácticamente a todas las lenguas, sigue enamorando. Según García Márquez, el chileno es “el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”.

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25/05/2022 - 00:00hs

A los 17 años publicó su primer poema, La canción de la fiesta, con el seudónimo Pablo Neruda. Su nombre real era Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto y había nacido en Parral, en el sur de Chile, el 12 de julio de 1904. Reunió sus primeros versos en un libro titulado “Helios”, que nunca publicó. Era por entonces un adolescente: “Yo crecí dolorido en los rincones y el llanto acumulado fui dejando caer de gota en gota en mi escritura”. Varios de esos poemas integrarían Crepusculario, palabra inventada por él, y a los 20 años pasó a ser el primer poeta de su país.

En él, el uso de razón y la vocación poética fueron simultáneas: “Yo tendría unos diez años, pero era ya poeta. No escribía versos, pero me atraían los pájaros, los escarabajos, los huevos de perdiz”. Su madre, Rosa Neftalí Basoalto Opazo, era una maestra rural que murió a lo dos meses de nacido Pablo. El recuerdo que guardó de ella era el de un retrato de una señora vestida de negro, delgada y pensativa: “Me han dicho que escribía versos, pero nunca he visto nada de ella, sino aquel hermoso retrato”. Su padre, el obrero ferroviario José del Carmen Reyes Morales, se casó en segundas nupcias con otra maestra, Trinidad Candia Marverde, a quien Pablo jamás llamó madrastra sino “mamadre”: “Era diligente y dulce, tenía sentido de humor campesino, una bondad infinita, activa e infatigable”.

Por ese tiempo llegó a Temuco una señora alta, con vestidos muy largos y zapatos de taco bajo. Iba vestida de color de arena. Era la directora del Liceo. Venía de las nieves de Magallanes. Se llamaba Gabriela Mistral: “La vi muy pocas veces, porque yo temía al contacto de los extraños a mi mundo. Además, no hablaba. Era enlutado, afilado y mudo”. Gabriela tenía una sonrisa ancha y blanca en su rostro curtido por la intemperie. Las pocas veces que ese niño tímido se le acercaba se iba con los brazos llenos de libros: “Entre sus ropas sacerdotales sacaba libros que me entregaba y que fui devorando. Ella me hizo leer los primeros grandes nombres de la literatura rusa que tanta influencia tuvieron sobre mí”.

Cuando comenzó a escribir los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, solo era un adolescente taciturno, que creía que un poeta debía ir vestido de riguroso luto: “Luto por nadie, por la lluvia, por el dolor universal”.

Neruda ha sido un gran viajero. Ha conocido los mares, los pueblos y las islas distantes. Su espíritu inquieto lo llevó de una ciudad a otra, pero pocos lugares dejaron en él una huella tan honda que la España de la Guerra Civil: “He conocido el amor de las mujeres y la fraternidad de los hombres; he visto los soldados de España, las barricadas en los pueblos calcinados de sol, de sangre y heroísmo”.

Tenía 23 años cuando llegó por primera vez a Buenos Aires. Vendría a nuestro país más de una decena de veces. Los jóvenes se reunían a su alrededor, le entregaban sus versos, sus dudas, el testimonio de su verdad. Una de sus esposas fue argentina, Delia del Carril, con quien se casó en México, a mediados de 1943, y a quien apodó “La Hormiguita”. Vivieron juntos casi 20 años.

Delia del Carril había nacido en una estancia en el partido de Saladillo. Su abuelo, Salvador del Carril, había sido gobernador de San Juan. Se conocieron en España, cuando ambos ejercían tareas de apoyo a los republicanos. Ella era 20 años mayor que él, pero lo disimulaba con una gran vitalidad. Ella leía y revisaba los originales que él siempre le mostraba y que la tenían como primera lectora.

Cuando fue vencida la República Española, se trasladaron a Chile. “Esta es La Hormiga. Salúdenla”, les dijo Pablo Neruda a los amigos que fueron a esperarlos en la estación Mapocho, en Santiago, el 10 de octubre de 1937. Pero la vocación andariega de Neruda los llevó pronto a París, a un pequeño departamento del Quai de L’Horloge, en el que organizaban el traslado de los refugiados españoles hacia América. Luego de casi dos décadas de convivencia, un huracán pasaría llevando a uno muy lejos de la otra. Ese huracán se llamó Matilde Urrutia.

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