Pedro Almodóvar, entre lo clásico y la modernidad
Luego de recorrer minuciosamente sus textos y entrevistas, se puede construir un retrato certero de sus filias y sus fobias.
culturaLuego de recorrer minuciosamente sus textos y entrevistas, se puede construir un retrato certero de sus filias y sus fobias.
01/10/2022 - 00:00hs
En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre siempre se acordará –Calzada de Calatrava–, Pedro Almodóvar Caballero nació el 25 de septiembre de 1949. Vivió los ocho primeros años de su vida en el pueblo natal, dejándole una huella profunda. Después se trasladó con su familia a Extremadura, donde estudió el bachillerato y dactilografía, pensando que esto último era lo que verdaderamente iba a serle de utilidad en su futuro. Su educación salesiana le enseñó a cantar misas gregorianas y a perder la fe en Dios. A los 16 años rompió con su familia, que le tenía preparado un futuro de oficinista en el banco del pueblo, y se fue a Madrid dispuesto a labrarse un presente más acorde con su naturaleza.
Empezó a hacer un cine con un sueño que desde entonces no ha podido cumplir: dirigir algún Tennessee Williams. Pero no le ha ido nada mal: tiene más premios que lugar donde ponerlos. Ya hablaremos sobre sus obras, por lo pronto digamos que siempre le obsesionaron las películas cuya protagonista es una actriz en crisis. Odia que La malvada, Sunset Boulevard y Noche de estreno, por ejemplo, ya estuvieran hechas cuando él empezó a filmar, porque le quitó la posibilidad de inventarlas. Asiduo lector de literatura sajona contemporánea, su libro de cabecera es El bosque de la noche, de Djuna Barnes. Le molesta el tipo toxicómano famoso que después de vivir años metiéndose de todo, naturalmente arruinando su salud y su carrera, se desintoxica y después escribe varios libros hablando del asunto. También le molestan los que se autodefinen como intelectuales, y a los que van por la vida llamándose a sí mismos “transgresores”. Casi nunca ve televisión. Odia la idea de que alguien escriba su biografía, ni antes ni después de muerto. Esa es una de las razones por las que no le gustaría morir nunca. No soporta la idea de no asistir a su propio entierro. Una de las últimas veces que lloró mucho fue cuando se enteró de la muerte de su amigo Luis Eduardo Aute.
Toma sedantes para dormir. Posee un organismo paradójico. Padece de agorafobia, pero también de claustrofobia. Los baños calientes le provocan dolor de cabeza, y los masajes, lejos de relajarlo, lo ponen al borde de un ataque de nervios. Aunque no es creyente, muchas noches le reza a Dios pidiéndole ayuda. Detesta que le cuenten chistes. No le gusta la ostentación. Es muy pudoroso tanto en su vida privada como con su cuerpo. Solo se desinhibe cuando escribe guiones. Cree en todo tipo de mestizajes e impurezas, tanto de estilo como de raza, de materiales, etc. Siente un rechazo natural hacia los políticos de derecha y los presentadores de televisión, a veces los confunde. Intuye que en algún momento acabará haciendo una película sobre la Pasionaria. Y otra sobre Juana la Loca. Y otra de robots, tipo Blade runner, pero en plan comedia doméstica. Adora el Caribe, su luz, su colorido barroco pop, su hospitalidad y su música. No se siente feliz, sin embargo piensa que es un hombre afortunado.
De Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, su primer largometraje, a La voz humana, un corto de 2020 hecho en base al célebre monólogo de Jean Cocteau, pareciera que una película lo ha llevado a otra, en un proceso natural de crecimiento y construcción de un estilo único.
Sus historias podrían ocurrir en cualquier gran ciudad, pero uno las reconoce como inalienablemente madrileñas. En todas ellas aparece enmascarada su preocupación por la fragilidad de las relaciones humanas. En todas destapa su corazón para abordar, cada vez con menos pudor, los dolorosos caminos de la pasión. Suele recurrir al bolero como expresión máxima e inmediata de lo que quiere contar y catalizador de la atmósfera en la que viven las protagonistas. Le gusta acercarse al melodrama y al musical kitsch, con un lenguaje glamoroso que siempre hace contacto con la ternura, a la pincelada redentora que nos pone frente a la poesía de una narrativa cinematográfica que nos abre al placer de los sentidos.