Desde el punto de vista físico, hay claras diferencias entre caminar calzado y a pie desnudo.
En las últimas décadas, la costumbre de caminar “a pie limpio” ganó cada vez más adeptos. De hecho, muchos padres de niños que aún no caminan muestran preocupación por el desarrollo adecuado de los pies de sus hijos, lo que llevó a la proliferación del calzado minimalista, diseñado para proporcionar una experiencia de caminar descalzo.
El pie humano no es simplemente una estructura para caminar y soportar nuestro peso, consiste en un complejo sistema biomecánico compuesto por 28 huesos, especializados en funciones que promueven la estabilidad, el equilibrio y la eficiencia al caminar.
El mismo permite desplazarnos de un lugar a otro con efectividad, y su planta contiene casi tantas terminaciones nerviosas como las manos, regulando en gran medida nuestra postura y movimiento.
Desde el punto de vista físico, hay claras diferencias entre caminar calzado y a pie desnudo. Ya en 1905, el doctor Phil Hoffman comparó los pies de quienes caminaban de ambas formas y encontró grandes variaciones en la forma y función del pie. Una revisión sistemática en 2015 corroboró estos hallazgos, identificando que caminar descalzo aumenta la dispersión del antepié, permitiendo que los dedos se expandan y ocupen su posición natural, mejorando la estabilidad corporal.
Además, el pie necesita espacio para adaptarse al terreno y maximizar el agarre y la estabilidad, algo que el calzado contemporáneo limita al basar el agarre en las suelas.
Otra de las ventajas de caminar descalzo es la mejor distribución de las presiones sobre el pie. Sin embargo, hacerlo también conlleva ciertos riesgos, como la exposición a superficies peligrosas que pueden causar lesiones cutáneas o infecciones. Para mitigar estos riesgos, el calzado minimalista ganó popularidad. Este tipo de calzado imita la sensación y biomecánica de caminar descalzo, proporcionando protección contra elementos y superficies duras.