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Osvaldo Soriano entró al mundo de la literatura con una novela que indaga en el misterio de la vida de uno de los mayores cómicos de la historia de Hollywood
26/12/2022 - 00:00hs
A comienzos de 1972, mientras escribía un homenaje a Stan Laurel y Oliver Hardy (más conocidos como el Gordo y el Flaco), Osvaldo Soriano aún no se daba cuenta de que estaba trazando la línea narrativa de una novela que muchos considerarían su obra maestra, Triste, solitario y final, en la que el propio autor sería uno de los personajes. Ya por entonces el autor y leyenda de la novela negra norteamericana, Raymond Chandler, comenzaba su bienvenido trabajo de topo para incorporarse en su proyecto. Pocos días más tarde, un gato negro entró por la ventana de la cocina y le trajo la noticia de que Philip Marlowe sería el detective de su novela.
Avezado en tramas policiales, en investigar el universo de los perdedores, Soriano muestra desde las primeras líneas la facilidad con que puede ubicar al autor en la atmósfera de sus narraciones: “Mientras subía los escalones de tronco, Soriano iba en silencio detrás del detective: El sábado voy a cortar esos yuyos. Me parece que los descuidé mucho. Los vecinos tienen jardines bien cuidados, llenos de flores. Les molesta ver una casa que arruine la elegancia de toda la cuadra. Entraron. Marlowe encendió la luz. La habitación era fría pero no estaba tan descuidada como la oficina. Un gato negro, que dormía enroscado en el diván, se estiró como si fuera de goma”.
Para reconstruir la historia de Laurel y Hardy, el escritor los refleja tal como él mismo se sentía dentro del mundillo literario: un antihéroe absurdo. Por eso, para introducir el arco narrativo, decide contar un tiempo de miseria, ansiedad, fulgor, decadencia y olvido: “Es necesario sentir vergüenza y rencor,soslayar la tentación de la pena, para recordar las frustraciones de dos hombres vulgares pero estupendos”.
Triste, solitario y final es la primera novela de Osvaldo Soriano, publicada en 1973. La historia empieza cuando Stan Laurel acude al detective Philip Marlowe, que se encuentra en su ocaso, para que averigüe por qué ya nadie lo convoca al Flaco para hacer películas. En esa época, Soriano estaba en el exilio, al igual que muchos de sus compañeros cuya pluma no había podido acallar la dictadura. No regresaría al país sino hasta la llegada del gobierno democrático de Raúl Alfonsín.
Stan arribó a los Estados Unidos el 2 de octubre de 1912 como integrante de la troupe inglesa de Fred Karno, que iniciaba su segunda gira por aquel país. Con él viajó Charles Chaplin, la figura más respetada del conjunto. Ambos pensaban radicarse en Norteamérica para buscar trabajo. Charlie lo consiguió en seis meses, Laurel tardó cinco años en ingresar al cine. El primero rápidamente se convirtió en uno de los más grandes comediantes de la pantalla grande. Stan, con menos suerte, intentó saludarlo varias veces, pero Charlie no lo atendió. En Triste, solitario y final, el cine y la novela policial se aunaron en una narración tan formidable como disparatada.
El amor por Chandler
Cuando Soriano le envió su novela a Julio Cortázar, a vuelta de correo recibió una de las más bellas cartas de elogio de su vida. Al mismo tiempo la leyó Juan Carlos Onetti, quien se la devolvió con el gesto adusto que siempre llevaba puesto y, mientras viajaban en un ascensor, le comentó despectivo: “Esa cosa va a andar muy bien en Estados Unidos”. Años más tarde, Soriano recordaría con cierta nostalgia: “Desde entonces, Onetti aceptó tomar el teléfono cuando lo llamaba, una vez por año, cuando estaba de paso por Madrid. A veces pienso que hasta me tenía alguna simpatía porque hemos bebido juntos, compartíamos el amor por Chandler y por los diluidos suburbios de Montevideo y Buenos Aires”.