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culturaJorge Romero Brest ejerció durante años la docencia en el Colegio Nacional y en Bellas Artes. Fue una de las figuras más respetadas por las vanguardias artísticas
02/02/2023 - 00:00hs
La década de 1960 en Buenos Aires estuvo signada por la ebullición creativa, revulsiva y orquestada por dos grandes instituciones: el Museo Nacional de Bellas Artes y el Centro de Artes Visuales del Instituto Di Tella. Ambas entidades encabezadas por la misma persona, Jorge Romero Brest. Al convertirse en el factótum agitador de ese movimiento exitoso, no solo impulsó a cientos de creadores jóvenes, sino algo que jamás volvería a repetirse con semejante magnitud: que el arte ganara las calles.
De ascendencia francesa, Jorge Romero Brest nació en Buenos Aires el 2 de octubre de 1905, su hogar no era menos estricto que un cuartel y la rigidez de su padre fue un peso del que jamás pudo librarse. Entre 1926 y 1933 realizó estudios de derecho y, hacia el final de la década de 1920, interesado en los deportes, escribió artículos para la Revista de Educación Física, dirigida por su padre, abordando los aspectos estéticos de las actividades deportivas, hasta la luminosa irrupción del cine. El arte fue la manera que encontró para respirar por su propia cuenta y desde un sólido lugar ganado como crítico, se consagró como uno de los más influyentes y activos críticos de arte latinoamericanos. Asumiendo una imagen de “dictadorcito”, le gustaba jactarse de provocar alegre y constantemente contradicciones porque, a la manera de Sócrates, afirmaba que era un buen método de trabajo
Algunos lo acusaban de ser, en el fondo, un artista fracasado. Pero él lo negaba rotundamente. Nunca había hecho un dibujo, ni intentado pintar. Su camino empezó en la literatura, pues cuando tenía 13 años ya era un voraz lector; después, a los 18, entró en un
período de melomanía desatada. “Acá nadie lo sabe, pero yo soy el fundador del primer cine club de Buenos Aires”. Efectivamente, en 1929, junto a León Klimovsky, David Piferback, Horacio Cóppola y Ariel Ibarra, fundaron un humilde cine club, donde por ejemplo realizó sus primeras conferencias sobre “El elemento del ritmo en el cine y en el deporte” y sobre el filme Jeanne D´Arc de Carl Dreyer. Hicieron la presentación en Van Riel. Tuvieron una gran aceptación, pero en un año ya se había disuelto.
“Para mí un crítico antes es un periodista”, sostenía Brest, y decía: “El crítico es un señor que está en la militancia política del arte porque escribe a diario y tiene que informar al público lo que está pasando. Leyendo lo que escribí hace muchos años me di cuenta que fui un verdadero crítico, pero lentamente me aburrí de eso y pasé a ser un teórico del arte”.
En 1933 viajó por primera vez a Europa, donde tomó contacto con el arte moderno. A partir de 1934 se dedicó al estudio del arte, bajo la influencia de las ideas del filósofo Ortega y Gasset y de los historiadores del arte Elie Faure, André Michel y Bernard Berenson. También se dedicó a la investigación del arte bizantino y el arte de los cementerios cristianos de Roma.
En 1939, obtuvo el cargo de profesor en el Colegio Nacional de la Universidad de La Plata y, más tarde, en la Escuela Superior de Bellas Artes de esa misma universidad. En esa época, empezó a construirse su casita azulada en City Bell diseñada por el pintor y arquitecto Edgardo Giménez: “Lamentablemente, la casa mutó a un color terracota; el azul se decoloraba fácilmente. Es mi verdadero refugio, aunque cuando estoy allá los fines de semana me aburro un poco. Soy bastante más inquieto de lo que parezco. A veces, parezco un buda porque no me muevo de ahí, y soy gordito, pero internamente soy activo. Mi cabeza siempre funciona a alta velocidad”.
En la década de 1970, la revista Crisis, dirigida por Eduardo Galeano, lo tuvo entre sus colaboradores fijos, lo que volvió insanablemente sospechoso durante la última dictadura cívico militar que lo proscribió. Si se intentara hacer una estadística comparativa entre aliados y detractores es posible que los segundos tuviesen mayoría. El propio Brest explicaba que se sintió un incomprendido: “Hago lo imposible para que me comprendan, pero si no me comprenden no me amargo”. Murió el 12 de febrero de 1989 en Buenos Aires.